La condición docente en Argentina, Chile y Uruguay en los´90 Iván Núñez Prieto Publicado en Las reformas educativas en la década de 1990. Un estudio comparado de Argentina, Chile y Uruguay, Martin Carnoy, Gustavo Cosse, Cristián Cox y Enrique Martínez L., coordinadores. Proyecto Alcances y resultados de las reformas educativas en Argentina, Chile y Uruguay Ministerios de Educación de Argentina, Chile y Uruguay Grupo Asesor de la Universidad de Stanford/BID Cooperación Técnica no Reembolsable N° ATN/F-6250-RG Santiago de Chile Octubre de 2001 2 INTRODUCCIÓN: El presente estudio se propone aportar una visión comparada sobre la condición docente en tres países del Cono Sur latinoamericano. El objeto de análisis es el llamado magisterio o sector docente, formado por quienes se desempeñan en los sistemas de enseñanza preescolar, básica y primaria y secundaria o media, de Argentina, Chile Uruguay y, particularmente las políticas públicas que los afectan. Sin perjuicio de las necesarias contextualizaciones históricas, el énfasis se pondrá en las políticas más recientes hacia los profesores y a su relación con las reformas educativas. Durante mucho tiempo, las políticas públicas respecto al magisterio no se relacionaron estrechamente con las reformas educativas, ni tuvieron un carácter articulado y sistémico. A menudo, se confundieron con las políticas relativas a la formación inicial y continua de docentes. Es decir, una parte se confundió con el todo. Desde otro ángulo, las políticas docentes a menudo han sido apéndice de las políticas gubernamentales de financiamiento y de gestión, con el fundamento que el personal es el principalísimo rubro del gasto público en educación y el modo cómo se le organice y se le administre es también determinante en la gestión de los sistemas escolares. Sin embargo, al correr de las décadas finales del siglo recién pasado, varios hechos y tendencias llevaron a prestar mayor atención al carácter de las políticas hacia el profesorado y a intentar la superación de los enfoques parciales. En primer lugar, está el requerimiento de afinar y hacer más efectiva la inversión que los estados hacen en el magisterio, en un marco de crecientes dificultades financieras y en el que la receta simple de recortar parecía no resolver nada. En segundo lugar, ha sido condicionante la persistencia del natural y legítimo “malestar docente” y su canalización por las organizaciones sindicales del sector en estrategias de enfrentamiento que obstaculizan la implementación de reformas educativas, y también la porfiada resistencia del sindicalismo docente a los procesos de descentralización de la gestión de los sistemas y a las reformas de calidad que vienen proponiéndose desde los gobiernos de la región. La respuesta simple que el sindicalismo docente se mueve por las inspiraciones ideológicas y políticas ya no es suficiente. En tercer lugar, la creciente convicción que las reformas de orientación cualitativa requieren no sólo de un magisterio técnicamente preparado para desempeñar los nuevos roles que éstas le asignan, sino muy especialmente, de docentes subjetivamente comprometidos con la tarea de reforma. La adhesión del magisterio debe ser ganada no sólo en acuerdos entre los gobiernos y las organizaciones sociales representativas, sino en el espacio de la vida cotidiana y el desempeño profesional de cada docente. Si las políticas hacia el magisterio no habían sido suficientemente escrutadas, la investigación sobre este objeto de análisis tampoco era suficiente ni adecuadamente enfocada (Núñez, 1990). Había una abundancia relativa de estudios sobre la formación inicial de docentes, quizás explicada porque los investigadores del área de educación de las universidades tienden a estudiar preferentemente aquello que tienen física e institucionalmente más cerca. Aparecieron más tarde 3 los estudios cualitativos sobre “el ser docente” o la “condición docente”, coordinados por Justa Ezpeleta, en Argentina, Bolivia y Perú (Ezpeleta, 1989; Subirats y Nogales, 1989; Tovar et al., 1989) , pero que por su misma naturaleza no daban cuenta de las implicancias entre las políticas públicas y la vida cotidiana de los docentes. Por otro lado y sin conexión con la referida corriente, se han desarrollado los estudios sobre la economía política del magisterio. Sólo muy recientemente viene reconociéndose al sindicalismo docente y a la relación entre éste y las políticas y reformas educativas como legítimo objeto de estudio. La constitución de una red de investigadores sobre este campo y el apoyo de organismos como PREAL y el BID, son expresivos de la posibilidad de recuperar el tiempo perdido en este ámbito. El presente trabajo quiere ser una contribución a una mirada comprensiva sobre el tema de los docentes y las políticas que se dirigen a ellos. Tiene como sustento los estudios nacionales que están en su base y, al mismo tiempo, como limitación los sesgos y recortes que cada uno de los autores legítimamente efectuaron en sus respectivos análisis. Como el título lo indica, no se trata de describir sucesivamente el objeto de estudio para cada uno de los países. Se trata de una mirada comparativa a los tres casos nacionales, conforme a una trama analítica que se expondrá más adelante. Dicha mirada descansa en varios estudios nacionales elaborados en el marco del Proyecto “Alcances y resultados de las reformas educativas en Argentina, Chile y Uruguay”. En el conjunto de los estudios referidos, se encuentran enfoques conceptuales e información empírica que pueden categorizarse en tres planos: por una parte, visiones históricas y socioculturales que rastrean la evolución de la condición docente y la enmarcan en procesos más amplios; por otra parte, análisis empíricos sobre la condición docente actual, en sus dimensiones de formación inicial, características sociodemográficas y económico-sociales y otras y finalmente, una mirada a las políticas públicas respecto a los docentes, con referencias a la participación del sindicalismo docente en la generación de las mismas. Por último, se harán referencias a las políticas públicas que afectan al sector docente, en una triple dimensión: políticas salariales, regulaciones de la condición docente y políticas de formación. Respecto a cada tipo de políticas, se intentará describir y comparar los procesos de elaboración y las consultas que pudieron haberse efectuado, las estrategias de implementación de las mismas, en términos secuenciales, y finalmente, las implicaciones del sindicalismo docente tanto en la generación como en el desarrollo de las políticas hacia el sector. El estudio comparativo se vio afectado, como es natural, por la heterogeneidad de los objetos: la condición docente en cada uno de tres sistemas educativos, de países que, aunque tienen rasgos comunes que los diferencian del conjunto de los restantes países de la región latinoamericana, al mismo tiempo tienen conocidas diferencias de tamaño y de organización estatal y educacional. Esta heterogeneidad es una de las características que tendría que aprehender un estudio comparativo. Al mismo tiempo, se observará una fuerte heterogeneidad entre los estudios mismos, cuyas temáticas, coinciden sólo en parte, en tanto que predomina la diferenciación de temas: son escasos los ítems específicos analizados por todos los estudios nacionales; hay ángulos que son estudiados sólo respecto a dos países y muchos sólo aparecen en uno sólo de los casos 4 nacionales. Además, respecto al desafío de analizar las políticas en sus orígenes y en su desarrollo, hay bastantes ausencias. La muy reciente publicación de los Indicadores Mundiales sobre Educación, sobre el tema “profesores”, ha permitido suplir parcialmente el déficit, con datos cuantitativos comparables acerca del sector docente en los tres países. A la heterogeneidad de objetos, se suman las diferencias de enfoques o metodologías que, probablemente se relacionan con la formación y/o con la inserción o trayectoria profesional de los autores. En algunos casos se ha privilegiado una mirada histórica y socio-política, mientras que en otros se ha preferido el análisis de economía política de la condición docente. En el caso de Chile, en particular, la existencia de tres estudios distintos dentro del Proyecto ha permitido una complementación que enriquece el examen del caso. 1. VISION HISTORICA En los tres países estudiado se puede encontrar en el siglo XIX la etapa constitutiva del magisterio como sector social y profesional, cuya condición presente será analizada más adelante. La formación y organización del magisterio era indispensable para el desarrollo de la sociedad. Desde su origen estuvo asociado con los Estados nacionales que necesitaban consolidarse. Así, la profesión docente en Argentina surgió como una profesión de Estado en tanto portadora de una definición oficial del saber, poseedora de la metodología de enseñanza científicamente legitimada y poseedora de una credencial habilitante, legalmente sancionada por la autoridad (Tiramonti, 2001:3). Por su parte, en la segunda mitad del siglo XIX, el Estado chileno atacó la tarea de desarrollar el sistema escolar y llevar a cabo una ‘primera profesionalización’ de los docentes. Esta se intentó mediante regulaciones funcionarias para los maestros y maestras de las escuelas públicas, la asignación de recursos fiscales para remunerarlos, la fundación de escuelas normales y la creación de un cuerpo de ‘”visitadores”, que eran normalistas destacados, encargados a la vez de supervisar a los preceptores y preceptoras, y de realizar formación en servicio para la todavía mayoritaria proporción de docentes que no provenían de las entonces escasas escuelas normales (Núñez, 2001:1). Respecto a Uruguay, se ha dicho que su sociedad es hija de la educación y se la ha caracterizado, en ese sentido, como “sociedad educativa”. La educación pública uruguaya ha cumplido funciones de integración, de movilidad social y de formación de ciudadanía. Al mismo tiempo, se le considera, “al menos en apariencia”, como el sistema estatal más universal (Errandonea, 2001: 1). En los tres países, el esfuerzo fundacional del magisterio se concreta primeramente en el nivel primario y a través de la llamada “matriz normalista”. No obstante, en Chile, si bien los normalistas fueron cronológicamente los primeros docentes del Estado, a fines del siglo XIX se fundó el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, para profesionalizar a los profesores de la educación secundaria. Se dio así origen a un singular tipo de formación inicial de docentes, instalado en la Universidad y articulador de una formación disciplinaria fuerte y de una formación pedagógica convergente, en la misma institución. Se da origen así a la “la cultura del Profesor de Estado” que se suma a la cultura chilena de los y las normalistas (Núñez, 2001: 8-10). 5 En Uruguay, a la luz de la reforma de Varela, ya en 1882 se había instalado el Internado y la Escuela Normal de Señoritas, con un sentido de profesionalización puesto que se instituyó que sin formación especifica. No obstante el desarrollo de los institutos normales, en las décadas posteriores, como en los otros dos países, coexistieron las maestras egresadas de aquellos, con las “maestras ideóneas”, es decir, aquellas sin formación específica (Recién en 1949, se creó en Uruguay la carrera de formación de profesores de la enseñanza media, a través de la fundación del Instituto de profesores Artigas (IPA) Errandonea, 2001, 39). Los docentes se constituyeron tempranamente en funcionarios del Estado unitario, en los casos chileno y uruguayo, y federal en el caso argentino, lo que suponía en este último caso, la posibilidad de depender de las jurisdicciones provinciales o de la nacional. Aunque con diferencias temporales, en los casos nacionales se presencia, ya en el siglo XX, la combinación de la condición de servidores públicos, con el desarrollo de la identidad de “trabajador de la educación” o “trabajador del Estado” y, asociada con ella, el nacimiento y desarrollo del sindicalismo docente. Dada la antigüedad de éste en el caso de Chile, se configura una “cultura gremial docente”, que ha trascendido las cambiantes coyunturas políticas y societales, más allá de las formas institucionales y las representatividades que hayan alcanzado las organizaciones correspondientes (Núñez, 2001: 9-10) De nuevo se encuentra una coincidencia en la relación entre el Estado y el sector docente. Se trata de una relación que en el caso chileno se denomina como “simbiótica”, en que ambas partes se necesitan históricamente. El profesorado primario y secundario estaría en la base social de apoyo del llamado “Estado de compromiso”- desde los años 40 – y éste a su turno trataría de desarrollar comportamientos protectores hacia los docentes. No obstante, la precariedad de la base material del Estado de compromiso hacía que la dimensión salarial del tratamiento hacia los docentes fuera tan menguada que obliga éstos a organizarse, a demandar y a hacer de la relación con el Estado empleador, una de carácter conflictivo. Ell concepto de “burocratización” es aplicable al carácter y consecuencias de la condición funcionaria de la docencia en Argentina, dado que la pedagogía que prevaleció, no sin disidencias, fue de corte autoritario, formalista y con una clara tendencia a la burocratización. Centrada en el docente como el representante funcionario del Estado y sospechosa y vigilante de los alumnos, fundó desde el comienzo la autoridad del maestro más en su poder de policía que en el saber y en el conocimiento. El establecimiento de métodos y patrones de enseñanza esquemáticos contribuyó también a convertir a la formación docente en la transmisión de una tecnología formalizada más que en el aprendizaje de conocimientos y técnicas fundadas y contextualizadas (Tiramonti, 2001:4). En el mismo sentido, la “primera profesionalización” de los normalistas en Chile derivó, a lo largo del siglo XX, en la configuración del trabajo docente como de naturaleza técnica y operativa, sin una base teórica y científica que fundamentase un rol efectivamente profesional. Tras esta estrechez se encontraba la presión de los requerimientos de expansión del sistema escolar, que exigían una producción creciente y barata de nuevos educadores (Núñez, 2001: 3). Esto era particularmente válido para los maestros y maestras primarias, y no tanto para los secundarios, sometidos a una menor presión expansiva, lo que permitía una formación 6 universitaria en las disciplinas a enseñar, y que acercaba a estos docentes más a una identidad profesional que a una de carácter técnico. La homogeneidad fue un rasgo fundante de la “matriz normalista” y de la cultura docente tradicional. Sin perjuicio de esto, se pueden identificar diversidades que parecen compatibles con la unidad cultural básica de la docencia estatal a lo largo del siglo XX. Así, en Chile, las particularidades de la cultura normalista y de la cultura del Profesor (secundario) de Estado, no se debían sólo a distintos tipos de formación inicial, sino también a una inserción institucional en la escuela primaria común o en el liceo secundario, a los que se sumaban regulaciones estatutarias diferentes, administraciones estatales también diferenciadas y hasta organizaciones gremiales distintas, que sólo tardíamente vinieron a integrarse. Con matices, estas diferenciaciones estaban presentes en los tres países. Más allá de estas distinciones, se ubican también las “sub-culturas transversales” como la “cultura gremial”, las militancias políticas, las identidades espirituales (principalmente catolicismo y masonería), la cultura del maestro rural y la más reciente cultura de los docentes de las grandes ciudades. (Núñez , 2001: 8-12), Finalmente, los enfoques históricos hacen presente el carácter de género de la docencia, el temprano predominio numérico de las educadoras y la constitución de la profesión docente como un amplio espacio para que las mujeres se incorporaran a la vida pública ya a fines del siglo XIX y sobre todo en el siglo recién pasado. La exploración socio-histórica para Chile y Argentina, con matices diacrónicos explicables, llega hasta los quiebres de los años 80 y 90. A estas alturas pueden incorporarse referencias históricas para el caso uruguayo. No obstante que el magisterio fue el agente de la ejecución de las antiguas y tradicionales funciones de la educación pública, ya referidas, hacia 1955 y asociado a la masificación de la matrícula, se observaba ya el deterioro de la carrera y salarios docentes, problemas que fueron ganando magnitud en el tiempo (Errandonea, 2001: 2) Así, la educación pública uruguaya, al tiempo de la dictadura militar estaba en crisis, lo que se expresó en magros salarios docentes, infraestructura inadecuada, clases multitudinarias, curricula inadecuada a las necesidades del mercado y un importante número de padres que habían elegido salirse del sistema público y buscar alternativas privadas (Filgueira, 2001: 3). La condición docente había experimentado un largo proceso de deterioro, que puede simbolizarse con un dato histórico inicial: en 1967, se matricularon en las carreras de formación de magisterio aproximadamente 9.000 alumnos. En 1981, este número había descendido a poco más de 2.000 alumnos. (Filgueira, 2000: 8). Durante los años 70 y 80, junto a la continuidad de la masificación de la matrícula, se agudizaron los procesos de deterioro de la calidad de la formación docente, al calor de las destituciones del régimen de facto y de su inorgánica política de formación docente, mientras que el salario real docente siguió deteriorándose, en un contexto de disminución del presupuesto para la enseñanza (Errandonea, 2001: 4). Al restablecerse la democracia, se da un primer paso en Uruguay con la reposición de una estructura semi-autónoma descentralizada de la educación primaria y secundaria, un aumento importante del gasto en educación entre 1985 y 1990 y la definición de un grupo de escuelas como “de atención prioritaria”, que incluían incentivos salariales a sus maestros. Una medida importante de la inmediata fase post-dictadura fue la creación legal de las “Asambleas TécnicoDocentes, ATD”, que apuntaron a dar voz a los docentes e inspectores en los asuntos 7 profesionales y de política educativa. Luego, el gobierno de Sanguinetti, abordó los problemas más urgentes de la enseñanza, como las destituciones de docentes, mayor presupuesto y mejoramiento de los salarios magisteriales, los cuales aumentaron sostenidamente hasta 1988, en que volvieron a caer (Errandonea, 2001:6). Sin embargo, la contextualización más significativa de la condición docente uruguaya radica en la ambiciosa “reforma de Rama”, por el apellido de su conductor (Filgueira, 2001: 4). Con ello se alude en primer lugar, a un cambio drástico en la curricula de secundaria, con efectos en la formación en servicio de los profesores correspondientes, la expansión de la educación pública en el nivel pre-escolar y, en primaria, los primeros pasos de la multiplicación de escuelas de tiempo completo. En la Argentina, la reestructuración modenizadora de los 90 generó un cambio en la distribución del ingreso y en la constitución de la estructura societal, todo ello en el marco de la modernización globalizadora que hace de la competitividad la meta estructurante del cambio y de la capacidad de competir la cualidad que marca la diferencia entre integrarse o ser excluido (Tiramonti, 2001: 6). En el sector educativo se experimentan los efectos de la fragmentación social, expresados en la paulatina correspondencia entre dependencia educativa (pública o privada) y sector social que atienden las escuelas. Mientras las escuelas y docentes que atienden a los sectores medios/altos de la población deben responder a una creciente demanda por una formación competitiva en los espacios educativos, sociales y laborales, las escuelas y maestros que atienden a los sectores perdedores en el proceso de globalización, deben responder a una demanda que está más cerca de la asistencia que de la pedagogía (Tiramonti, 2001: 6-7). Por otra parte, la reforma argentina ha reincorporado a la escolaridad, en el tercer ciclo de la Educación General Básica, una proporción nada despreciable de antiguos desertores al mismo tiempo que lleva a las instituciones a responder con estrategias discriminatorias, expulsoras, xenófobas y estigmatizadoras. La esbozada caracterización de la modernización o reforma educativa argentina lleva a preguntarse finalmente por una cuestión que liga la tradición docente con el contexto actual: ¿qué es ser docente? Pareciera que muchas cosas a la vez: operadores del mundo globalizado, asistentes sociales, guardadores de adolescentes en riesgo o ineficaces reponedores de la ley. Cabe preguntarse ¿cómo se articulan estas funciones con la identidad normalista y la identidad de trabajador del Estado? ¿cómo articular estas realidades con el discurso de la profesionalidad docente? (Tiramonti, 2001: 8). Para el caso de Chile, la erosión de la tradición docente es ubicada en tres momentos secuenciales: i) el período inicial de la dictadura (1973-1979) que, entre otras expresiones, suprime las escuelas normales para radicar la formación inicial de maestros de básica en las Universidades, disuelve las organizaciones docentes históricas y las reemplaza por una nuevo encuadramiento obligatorio, suprime los espacios de participación que ejemplificaban la simbiosis Estado/magisterio y somete, a los docentes a vigilancias y amedrentamientos (Núñez, 2001: 15); ii) los años 80, en que el régimen militar adopta a plenitud el programa neo-liberal monetarista e impacta fuertemente, al romper estructuralmente la articulación entre Estado y magisterio e intentar la privatización de la condición docente, en el marco de una fuerte descentralización de la educación pública, a favor de las municipalidades y de nuevos agentes 8 privados; y iii) los años 90, en que los sucesivos gobierno democráticos revierten la situación de los docentes, sin llegar de nuevo al funcionariado estatal, pero regulando de modo inédito al magisterio, en el marco de un proyecto de desarrollo modernizante, que combina mercado e intervención pública y que es capaz de priorizar la reforma educativa y el mejoramiento docente. 2. CARACTERISTICAS DE LOS DOCENTES: En el cuadro explícito o subyacente de los procesos de modernización descentralizadores de los años 80 y 90, en los tres países, los estudios de base se esfuerzan por caracterizar a los respectivos cuerpos magisteriales, teniendo como telón de fondo los efectos de políticas públicas que se analizarán más adelante. La comparación entre los análisis de la condición docente se ve facilitada por el hecho que tres de los trabajos emplean como fuerte importante, aunque no única, encuestas de hogares en sus segmentos dedicados a los docentes. Uno de los estudios utiliza los datos agregados sobre docentes obtenidos censalmente por el sistema de estadística oficial (que complementa los datos obtenidos a través de encuestas muestrales) que, en cambio, no se emplean en los otros dos países. Queda por dilucidar si el no uso de estadísticas nacionales se debe a ausencia, obsolescencia o desconfianza respecto a la calidad de los datos así obtenidos. Ha afectado la comparabilidad los distintos focos puestos por los estudios. Fuera de algunas características adscriptivas, no resultó fácil encontrar rasgos específicos que fueran abordados en los tres países o siquiera por dos de ellos. Problemas a los cuales en un país se da una importancia cardinal, en otros prácticamente no son abordados, sea porque objetivamente tienen distintas ponderaciones, por falta de información o por alguna decisión selectiva de los analistas. Un ejemplo de diferente ponderación es la alta importancia que los estudios argentino y uruguayo le asignan a los orígenes y trayectoria de los estudiantes de magisterio, que en el caso chileno apenas aparecen referidos, al preguntarse a docentes en servicio respecto a rasgos básicos de su formación inicial. Otro ejemplo es el tema de la “rotatividad” de los docentes y su distribución entre escuelas, capital en el caso uruguayo, hasta el punto de incluirse en el título mismo del estudio, mientras que en los trabajos argentino y chileno apenas se le menciona. Un esfuerzo de comparación es complicado por el tipo y representatividad de las estadísticas presentadas. No se trata de establecer dudas sobre la representatividad estadística misma, sino de reconocer el alcance de las encuestas o el tamaño y carácter de los universos que se quieren reflejar. Por ejemplo, el análisis argentino de salarios en buena medida proviene de estudios en dos provincias, así como una de las encuestas chilenas se refiere a profesores de dos regiones, aunque en ambos casos, coincidentemente, se trata de las jurisdicciones más pobladas. Por otra parte, encuestas chilenas se refieren sólo a docentes de la región metropolitana (de Santiago) o a segmentos de profesores de básica o de media. 9 Con todo, el conjunto de la información presentada permite sustentar este análisis comparativo como una exploración inédita acerca de la condición docente en los tres países. 2.1 Características socio-demográficas de los docentes: Edad: La edad de los docentes fue una variable explorada para los tres países. En Montevideo, Uruguay, en 1999, se encuentra una media de 38,1 años, con una desviación estándar de 10.7, en las escuelas primarias de tipo común, mientras que en las “escuelas de requerimiento prioritario” tiene docentes más jóvenes ( media de 34,1) y las “escuelas de tiempo completo”, tienen docentes cuya edad se acerca a la de los de escuelas comunes (37,7 años) (Filgueira, 2001: 33),. En 1998, en Chile, según una encuesta de hogares, los docentes de básica y media, de los sectores público y privado, tienen un promedio de 40 años. Entre los maestros de básica del Gran Santiago, un 3,4% tiene entre 18 y 24 años de edad; un 25,2% tienen entre 25 y 34 años; un 62, 9%, tienen entre 35 y 54 años y un 8,5% de la muestra tiene más de 55 años (Mizala y Romaguera, 2001: 9-10). En el conjunto de los docentes de todo el país y todos los niveles educativos, según la estadística censal del Ministerio de Educación al año 2000: un 34% tiene entre 3 y 9 años; un 25,4% acumula entre 10 y 19 años; un 27% tiene entre 20 y 29 años y sólo un 13,3% tiene 30 o más años de trabajo docente (Núñez, 2001: 33). Género y condición familiar: En el caso uruguayo no se examinan estas variables, habiendo sólo una alusión a que la mayoría de los estudiantes de magisterio son mujeres (Filgueira, 2001: 22). Respecto a Argentina, en 1998 el personal docente de primaria, en un 92% pertenecía al sexo femenino. Respecto a ellas, se distribuyen en las categorías de “jefe de hogar” (un 14%), “cónyuge” (53,4%) e “hijas” (un 28% de docentes que habitaban con uno o ambos de sus padres).. El importante porcentaje de docentes casadas, sugiere que éstas contribuyen con su salario a sus hogares, elevando el promedio de ingresos por encima del de otros asalariados. No obstante, el ingreso promedio per cápita de los hogares de maestras primarias era de 368,9 pesos, en comparación con los 399,2 pesos del promedio de ingreso por cápita del conjunto de los asalariados (Tiramonti, 2001: 15-16), Para al caso de Chile, en el año 2000, un 70% del conjunto de profesionales de la educación son mujeres. Según la condición profesional, se distribuyen en un 97.8% en la docencia preescolar, un 92% en la educación diferencial o especial, un 74,1% en la educación básica y un 57,9% en la educación media, anotando también que las mujeres están menos representadas en el personal técnico-pedagógico de los establecimientos (67,1%) y en el personal directivo (sólo 46,4%), que en la docencia de aula (72,9%). (Núñez, 2001: 33) Condición o perfil socioeconómico: En Uruguay se ha producido un deterioro significativo de las condiciones de bienestar y salarios de los docentes uruguayos, que tiene repercusión en las proporciones de maestros que viven en 10 hogares sin pobreza o con necesidades básicas satisfechas. Estas han disminuido en los siguientes términos, según lo muestra una encuesta de hogares: entre los maestros que estudiaron en los años 60, estaban en esta condición satisfactoria un 96,6% de los residentes en Montevideo y un 97,8% de los habitantes del interior, mientras que en los maestros que estudiaron en la década de los 90, un 97,6% vivía en hogares sin pobreza en el interior, pero los de esta misma condición en Montevideo, habían descendido a 86,7% (Filgueira, 2001: 8-9). El perfil socioeconómico de los profesores chilenos se asocia con el tipo de establecimiento en que trabajan. En un índice socioeconómico que varía entre 1 y 12, muestran que en su conjunto, los profesores se ubican en el nivel 7,86, los docentes del sector municipal se ubican en un nivel 7,75, en el que coinciden también los del sector privado subvencionado por el Estado, en tanto que los profesores de los establecimientos privados pagados se ubican en el nivel 8,25 (Mizala y Romaguera, 2001: 12-13). En su autopercepción de nivel socioeconómico, más de dos tercios de los docentes chilenos se encasilla en un nivel “medio”, sólo un 5% se percibe en nivel “medio alto”, un 23,6 % se sitúa en el nivel “medio bajo”, en tanto que porcentajes marginales se ubican en los niveles extremos, alto o bajo. Esta autopercepción tiene sesgos, según los docentes se desempeñen en los sectores municipal, particular subvencionado o privado pagado. Estos últimos obviamente se categorizan en niveles más altos que sus colegas del sector municipal. Además, en la autopercepción de estrato social según género, las mujeres se estiman de niveles más altos que los varones, lo que podría explicarse porque las profesoras aportan un segundo ingreso y por lo tanto sus hogares tienen objetivamente mayores ingresos, coincidiendo en esto con lo que ocurre en Argentina (Mizala y Romaguera, 2001: 14). En 1998, los docentes chilenos (de todos los niveles y dependencias administrativas), se distribuyen según los deciles de ingreso autónomo per cápita de los hogares, en los siguientes términos: un 76% de los docentes se ubica en los cuatro deciles de mayores ingresos, en los cuales se clasifica sólo el 36% de la población de no profesores. Al otro extremo, sólo 7,5% de los docentes se ubica en los deciles de más bajos ingresos, en el cual se inscribe un 40,2% de la población en general. En cambio, comparando el referido 76% de docentes estratificados en los cuatro deciles más altos, con los no profesores que tienen 17 o más años de educación, se descubre que éstos últimos están en una proporción de 90.3% en los cuatro deciles superiores. En otras palabras, los docentes tienen remuneraciones promedio similares a trabajadores con las mismas características pero, teniendo un promedio de alrededor de 13 años de escolaridad, ganan menos que los trabajadores con 17 y más años de educación (Mizala y Romaguera, 2001: 15). 2.2 Características educacionales y profesionales: a) Escolaridad general: Desde hace décadas, la formación docente en los tres países se efectúa en establecimientos postsecundarios, “terciarios” o universitarios. En consecuencia, la regla general es que sus estudiantes sean egresados de la educación secundaria o media. Sin embargo, es probable que entre los 11 maestros en servicio queden todavía grupos cuyos estudios se hicieron en establecimientos como las escuelas normales de antaño, que tenían en su mayoría un nivel post-primario o medio. Para el caso de Chile, en el conjunto de los maestros/as de educación básica (1°-8° grados), hay un solo un 15,5% de personas que estudiaron en escuelas normales. Un 74,5% estudió en universidades y un 9,8% en institutos superiores no universitarios. Por otra parte, aplicando un índice de escolaridad general y profesional de los maestros básicos, en que 1 significa educación media incompleta, 2 media completa, 3 educación universitaria incompleta, 4 universitaria completa y 5, postgrado, el promedio se ubica en 4,06. En el caso de los docentes municipales es de 4,02 y en el de los de establecimientos privados pagados se amplía a 4,14, en tanto que en los privados subvencionados equivale al promedio general 4,06 (Mizala y Romaguera, 2001: 12). b) Formación inicial docente: Los estudios argentino y uruguayo dedican amplios análisis a las características de los estudiantes de magisterio, en tanto que los chilenos son más limitados al respecto. El perfil de los estudiantes de formación docente de primaria en Argentina, es más bajo que el perfil de los estudiantes universitarios, lo que tiene como fondo la calidad de la formación inicial de docentes en su institucionalización en el nivel terciario. En la encuesta permanente de hogares de 1998, los estudiantes de magisterio se ubicaban en un estrato socio-cultural más bajo que los estudiantes universitarios. Esto se demuestra empíricamente, al comparar los niveles educativos alcanzados por padres y madres de uno y otro grupo de estudiantes y al cotejar la distribución de unos y otros por quintiles de ingreso, al analizar los tipos de desplazamiento que realizan unos y otros para incorporarse a los respectivos estudios (supuesto que es significativa la mayor capacidad de los universitarios para emprender estudios lejos de su hogar). Asimismo, los estudiantes universitarios provienen en mayor proporción de escuelas privadas que los estudiantes de magisterio y aquellos estudiantes de ambos niveles que provienen de escuelas secundarias privadas tienden a matricularse en mayor porcentaje en institutos privados de magisterio o en universidades privadas, según el caso, lo cual parece indicativo de la constitución de circuitos diferenciados, ajenos a la tradición argentina de educación pública (Tiramonti, 2001: 9-12). Por último, queda demostrado que la formación docente constituye una “segunda opción” para un grupo importante de estudiantes de magisterio que previamente había comenzado una carrera universitaria (Tiramonti, 2001: 14). El perfil sociodemográfico de los estudiantes de profesorado en Uruguay es sumamente homogéneo. En su mayoría son mujeres, que tienen entre 19 y 22 años de edad. En cambio, en su caracterización socioeconómica hay variaciones importantes. Un 36,4% tiene un status medio, a la vez que un 25,6% tiene el status medio-bajo. Los extremos llegan a 19,1% en el nivel alto y a 16,7% en el nivel bajo, además de un 2,2% sin clasificar. La misma heterogeneidad se manifiesta al considerar el grado de educación de los padres. Más de la mitad tiene padres que han completado la educación secundaria, un tercio proviene de hogares en que los padres han completado el nivel terciario y un quinto proviene de familias en que los padres sólo tienen estudios primarios. La reforma educacional ha incrementado lo que se ha denominado el “appeal” de las carrera de magisterio, como lo demuestra el hecho que entre 1991 y 1998, el número de estudiantes de magisterio haya pasado de 2.933 a 4.885, hecho que no es explicado sólo por aumento en la matriculación escolar. (Filgueira, 2001: 22). 12 En Chile hay una preocupación política por atraer a las carreras de pedagogía (en este caso, dentro de las universidades) a “estudiantes talentosos” y se indica como “un hecho sintomático” el incremento del número de postulantes a las carreras magisteriales y la elevación de sus niveles académicos de ingreso (Avalos, 2001: 22; Núñez, 2001: 24) coincidiendo con la tendencia mostrada por Filgueira. De este esfuerzo en curso debe inferirse que también en esta país hay un fenómeno estructural de “segunda opción”, como el demostrado para Argentina. Título o grado: Un ángulo que en mediano o largo plazo está conectado con el de la formación inicial, es el de la medida en que el personal docente detenta el título profesional o el grado académico que certifica el cumplimiento de aquella. En Argentina, según la información de OECD-UNESCO (2201: 200), en 1998, un 1,2 de los docentes no tenía educación secundaria superior completa y un 33,9%, no tenía formación de magisterio. En el nivel EGB3 y Polimodal, se observa que sólo un 50% de los docentes tiene el título adecuado (Aguerrondo, 1998), problema que se complica con el hecho que los cambios curriculares en estos últimos niveles crean asignaturas escolares que no tiene correspondencia con los 1.700 títulos distintos que están entregando las instituciones de formación docente en todo el país. En Chile, en cambio, según los datos de OECD-UNESCO (2201: 200), en 1998, sólo un 5,8% de los docentes de primaria y de la secundaria baja y un 7,7% de la secundaria superior no tenían formación docente. En el año 2000, del total de docentes en ejercicio en el sistema escolar, un 94,1% tiene el titulo en una carrera de educación, un 2,4 % tiene otro título profesional o académico no pedagógico, en tanto que sólo un 3,5% carece de todo título de nivel superior o grado académico (Núñez, 2001: 32). De estas cifras no debe inferirse linealmente un problema de insuficiencia de la oferta de formación inicial, ya que suele haber condiciones propias del mercado laboral docente, en el que pueden existir suficientes graduados, pero determinados puestos no son atractivos y deben llenarse extraordinariamente con personal no titulado. En Uruguay, se ha debido enfrentar el problema de desprofesionalización de los docentes, traducido en baja proporción de profesores titulados para los liceos secundarios, que en 1998 ascendía a 55% de no diplomados en Montevideo y 80% al interior del país (Errandonea, 2001: 40). A esa misma fecha, en secundaria dictaban clases un 31% de egresados de Profesorado, 26% de personas con estudios terciarios completos, 32% de personas con estudios terciarios incompletos y un 11% de personas que no pasaron el nivel medio (Llanes, 2001: 4). 2.3 Situación ocupacional: Dependencia institucional y distribución en los niveles del sistema: 13 En el caso argentino, entre los docentes de primaria, un 67,6% se desempeña en el sector público (Tiramonti, 2001: 19). El tipo de establecimiento, público o privado, en el que se contratan los docentes es un problema que es insoslayable en el caso chileno. En un sistema tempranamente descentralizado y con un alto grado de oferta privada como el chileno, esta variable es muy significativa. De los 144.377 profesionales de la educación en el año 2000, sólo un 55,8% se desempeña en escuelas o liceos públicos (municipales), un 28,4% en establecimientos de gestión privada pero financiados por el Estado, un 1,7% en liceos de tipo técnico-profesional administrados en delegación por corporaciones privadas, pero también subsidiados por el Estado, y un 14,1% en escuelas o colegios financiados por las familias. Pero, independientemente del tipo de empleador que los contrata, un 85,9% de los docentes chilenos se emplea en instituciones financiadas con fondos públicos (Núñez, 2001: 32). Respecto a la distribución de los docentes por niveles educativos, en Chile el 7,3% de los profesionales de la educación se desempeña en la enseñanza pre-escolar o parvularia, el 60,4% en la educación básica (de ocho grados), el 4% en la educación especial y el 28,3% en la educación media o secundaria (de cuatro grados), Núñez, 2001: 32). Ubicación urbana o rural: En los tres países, los maestros rurales ya son un segmento minoritario de los respectivos cuerpos docentes. En Chile, sólo un 14% de los docentes se desempeña en áreas rurales y de éstos, un 81,9% pertenece al sector municipal y un 15,5% al privado subvencionado (Núñez, 2001: 32-33). Carga de trabajo (horarios o jornadas): En los estudios argentinos y uruguayos, al referirse a los maestros de primaria, no se hacen referencias cuantitativas a los horarios semanales de trabajo y en cambio, hay alusiones a empleos por una jornada o doble jornada, sin especificar el número de horas semanales que implican. Respecto a los profesores de secundaria o media, se alude a lo que podría denominarse institución de “los profesores taxi”, es decir, a docentes empleados por horas, que suelen ser escasas y distribuidas en más de un establecimiento. En el caso chileno hay una fuerte heterogeneidad en las horas semanales de contrato, especialmente porque hay información sobre el magisterio de todos los niveles, incluyendo el secundario, en que también hay tradición de diferenciación del número de horas contratadas. Por otra parte, desde los años 80, la norma máxima de horas semanales es de 44, con un mismo empleador (Mizala y Romaguera, 2001: 5). Esta norma parece ser significativamente más alta que en los otros países: por otra parte, el promedio de horas se está elevando porque el sistema chileno está a medio camino en el proceso de superación del doble turno de funcionamiento de las escuelas para generalizar la llamada Jornada Escolar Completa, con el correspondiente incremento de los horarios remunerados para muchos docentes. Del total de profesionales de la educación chilena de todos los niveles y dependencias, al año 2000, un 14,3% trabaja menos de 30 horas semanales en la enseñanza, un 30,8% sirve 30 horas (que es el número tradicional de horas del empleo de maestro primario), un 20,8% se desempeña 14 entre 30 y 43 horas, un 21, 8% trabaja 44 horas semanales (que es el número máximo de horas de contrato con un mismo empleador; es el número usual de horas del personal directivo y de muchos de los docentes de escuelas rurales multigrado). Un 10,2% sirve más de 44 horas, lo que implica más de un empleo docente. Sólo un 1,3% sirve en tres o más empleos docentes (Núñez, 2001: 34). Las licencias: Respecto a las licencias o permisos para ausentarse por algún número de días al año de la labor docente, en Argentina hay una amplia variedad de motivos que dan origen a las licencias y muy diferenciadas duraciones según las provincias; todo ello en el marco del uso de las licencias como un mecanismo que es usado en las negociaciones entre gobiernos y los sindicatos docentes para compensar la dificultad de incrementar las remuneraciones (Tiramonti, 2001: 36-37). En los otros estudios nacionales, este tema no es abordado. Condiciones de contratación o de empleo: En general, en los tres países, los empleos docentes pueden considerarse como “empleos protegidos” o, al menos, más protegidos que los del conjunto de los trabajadores. Suelen también ser más estables o “regulares” que los restantes empleos. Puede entenderse como protección a los docentes la cobertura que otorga el empleo asalariado, a través de aportes de los empleadores y los trabajadores a un sistema de seguridad social que implique jubilación y otras prestaciones para el asalariado o sus familiares más cercanos. No obstante, en Argentina, en la década de los 90 han venido introduciéndose los contratos temporarios y diversas formas de evasión en las contribuciones a la seguridad social Sin embargo, datos presentados en el trabajo demuestran que los empleos en la enseñanza y particularmente los de primaria, se encuentran entre los más altamente protegidos (Tiramonti ( 2001: 17-18). No queda explícito si el ya referido tercio de docentes de primaria que labora en el sector privado puede considerarse como parte del sector sin regularidad o estabilidad y si es afectado por un bajo nivel de protección. La “regularidad de la inserción ocupacional”, se refiere a la seguridad del empleo, la regularidad de las tareas y el flujo estable de los ingresos. En la Argentina los empleos en el sector público, con los docentes incluidos, tienen el carácter de regulares, aunque en el propio sector público están apareciendo los contratos de consultoría y, para el caso de los docentes, existen las categorías de suplentes e interinos. En Chile, desde 1991, se aplican a los docentes de todo nivel y dependencia, las normas laborales contenidas en el Estatuto de los Profesionales de la Educación, dictado después de más de una década de desrregulación de sus condiciones de contratación. Como es obvio, los docentes del sector público municipal tienen derecho a empleos de carácter “titular”, que se obtienen por concurso público y dan origen a una fuerte estabilidad, pero la misma ley permite a los empleadores contratar con carácter temporal y sin el mecanismo de concurso, hasta un 20% de su dotación de docentes. Para el caso del sector privado, el Estatuto distingue contratos de carácter “indefinido”, a “plazo fijo” y de “reemplazo”. Aparentemente, el primer tipo daría fuerte regularidad al empleo. Sin embargo y tal como ocurre en el resto del sector privado, un contrato indefinido puede ser rescindido en cualquier momento por las partes. Sin embargo, el Estatuto ha beneficiado a los docentes del sector privado en comparación con los trabajadores de la economía 15 privada; en efecto, despidos durante el año escolar obligan a fuertes indemnizaciones, que los desincentivan y llevan a tomar decisiones de despido sólo a fin de año y previo pago de los salarios de los dos meses de vacaciones escolares de verano. Con todo, aunque la estabilidad laboral de los docentes chilenos es diferenciada, según pertenencia al sector público o al privado, en su conjunto es menor que la existente antes de 1980, pero mayor que la que rigió durante los años ochenta (Mizala y Romaguera, 2001: 2-7). Las causales de término de los contratos docentes en Chile, son diferenciadas según pertenencia al sector público municipal o al sector privado. En el caso municipal, las regulaciones sobre estabilidad laboral han evolucionado desde un máximo en el texto original del Estatuto Docente, hasta un compromiso entre estabilidad y flexibilidad adoptado en la reforma del Estatuto en 1995 (Mizala y Romaguera, 2001: 5-6; Núñez, 2001: 21). El conjunto de los trabajadores chilenos, incluidos los docentes de todas las dependencias, está protegido por dos sistemas legalmente establecidos: i) el de seguridad social, con dos variantes, la de “capitalización individual” (obligatoria para todos los trabajadores que han ingresado al mercado laboral después de 1981) y la “solidaria” tradicional (a la que todavía pertenecen trabajadores que después de 1981 han optado por permanecer en éste); y ii) el de salud, que también admite dos posibilidades: la inscripción en el servicio público o en las instituciones privadas de prestaciones de salud, a las que en ambos casos los trabajadores contribuyen con un porcentaje de sus haberes. Desgraciadamente, no hay información disponible sobre la medida en que los docentes han optado por una u otra de las variantes en cada uno de los sistemas. Rotación y distribución de los docentes entre escuelas: En el caso chileno, el promedio de permanencia de los docentes en un mismo establecimiento es de 11 años, aunque la correspondiente desviación estándar es de 8,5 años. En el sector municipal la permanencia es mayor (14 años) y es obviamente menor en los establecimientos más pequeños, en su gran mayoría rurales, en donde alcanza a 9 años (Núñez, 2001: 34). Estas cifras, aunque no son censales sino resultados de una encuesta, estarían indicando que en Chile el problema de la rotatividad es de menor entidad que en otros países, como Uruguay Desgraciadamente, este mismo problema no es documentado para el caso argentino. La cuestión de la rotatividad constituye en Uruguay uno de los principales problemas que los diagnósticos previos, las autoridades y los técnicos involucrados han detectado en el cuerpo docente. La rotatividad es, además, propia del sistema público, ya que en la enseñanza privada después del primer año de prueba, los maestros tienden a ser estables al punto que el retiro es la causa fundamental por la que los maestros dejan la escuela. (Filgueira, 2001: 23-24). Al presente, la rotatividad entre los docentes de primaria está relacionada con los tipos diferentes de establecimientos que han resultado de las políticas de reforma: escuelas de atención prioritaria y escuelas de tiempo completo, contrastada con la rotatividad en las escuelas comunes. Excepto para los tres primeros años de permanencia en todo tipo de escuelas, la probabilidad más alta de rotatividad aparece en aquellas escuelas que no tienen programas especiales, es decir, escuelas comunes. Los docentes de las escuelas de requerimiento prioritario tienen la tasa de permanencia más alta, lo que puede explicarse por la existencia de un incentivo salarial de más de 16 20% adicional, no obstante que los alumnos de estas escuelas provienen de contextos socioeconómicos desfavorables. Las escuelas de tiempo completo también han disminuido su rotatividad, si se la compara con la situación anterior a la implantación de este programa, en 1994 (aquí opera el incentivo de la percepción de un segundo salario). Visto de otro modo, las escuelas de contexto sociocultural desfavorable pero con programas especiales de la reforma, tienen una permanencia docente más alta que las escuelas de contexto sociocultural favorable pero que no poseen programas especiales (Filgueira, 2001: 27). En consecuencia, en el caso uruguayo, los incentivos asociados a la existencia de programas especiales en las escuelas con alumnos provenientes de contextos desfavorables, estarían operando positivamente para corregir el tradicional problema de la distribución inequitativa de los docentes entre escuelas. En Chile, este mismo problema está abordándose principalmente mediante algunas de las asignaciones salariales del Estatuto Docente de 1991 como la asignación por “desempeño en condiciones difíciles”, que alcanza hasta un 30% del salario básico (Mizala y Romaguera, 2001: 8), y que una reciente ley perfeccionará a partir del año 2002 (Núñez, 2001: 38). Satisfacción en la carrera y en el ambiente laboral: En Argentina, los asalariados de los servicios sociales y entre ellos los maestros presentan niveles de insatisfacción, medida por la voluntad de buscar otra ocupación, más bajos que el resto de los asalariados, sobre todo los del sector servicios personales, donde la insatisfacción es muy elevada: mientras que el 42% de los asalariados de servicios personales buscan otro empleo, la cifra entre los maestros y otros asalariados de servicios es de 22%. En todos los sectores, quienes buscan otro empleo son los que están insertos en ocupaciones de baja calidad. Lo que diferencia a los maestros es una característica que no tienen otros asalariados de servicios: buscan otro empleo porque u salario es insuficiente y, en verdad, no intentan cambiar de ocupación sino complementar ingresos, lo que relativiza sus niveles de insatisfacción (Tiramonti, 2001: 20). En sendos índices sobre satisfacción y apreciación del ambiente laboral. en rangos que van de 1 a 5 (mínima a máxima satisfacción), los docentes chilenos en su conjunto se ubican en un índice de satisfacción de 3,66 y una apreciación del entorno laboral de 3,56. Cruzada por el tipo de establecimiento se encuentra que, dentro de cierta homogeneidad, la satisfacción con la profesión es más alta entre los docentes del sector privado subvencionado y del pagado, y un poco más baja en el sector municipal. Una distribución parecida se encontró respecto a la apreciación sobre el ambiente laboral. (Mizala y Romaguera, 2001: 15-16). El rendimiento de los alumnos chilenos (medidos según las pruebas nacionales estandarizadas en uso en Chile, conocidas por la sigla SIMCE) puede relacionarse con la satisfacción de los profesores, el tipo de establecimiento, el nivel socioeconómico de los alumnos del establecimiento y el índice de vulnerabilidad social de los mismos (medido por el organismo público JUNAEB). Se encontró que el índice de satisfacción de los profesores no tiene efectos significativos sobre el resultado de los alumnos en las pruebas SIMCE. (Mizala y Romaguera, 2001: 22-23). En el análisis sobre los efectos de los incentivos en los establecimientos uruguayos con programas especiales, observa también el efecto de la presencia o ausencia de programas 17 especiales (y el tipo de éstos) en el grado de satisfacción que muestran los docentes. Así, los programas especiales no diferenciarían a los docentes de las correspondientes escuelas en materia de satisfacción con la carrera o satisfacción con el entorno laboral inmediato. En cambio, en las escuelas de requerimiento prioritario los docentes manifiestan una vocación más fuerte que en las escuelas comunes o sin programas, en tanto que en las escuelas de tiempo completo se observa un grado más bajo de vocación que en las escuelas comunes (Filgueira, 2001: 31). Desempeño: Para el caso chileno, se examinó la calidad del desempeño de los docentes relacionado con el tipo de establecimiento en que laboran. Para este efecto, se construyeron tres índices diferentes de desempeño: uno trató de medir el “empoderamiento docente” (incluyendo autonomía, autoestima, y capacidad de iniciativa); otro índice integró la autoevaluación y la evaluación que el docente cree que le hace su director; un tercer indicador incluye la evaluación del profesor respecto a sus colegas de establecimiento. Los tres índices se expresados en escalas de 1 a 5 y arrojan resultados que oscilan entre 4,05 y 4,27, sin que haya diferencias estadísticamente significativas al correlacionarlos con los tipos de establecimiento (municipal, privado subvencionado y privado pagado) (Mizala y Romaguera, 2001: 19). Se han establecido otras correlaciones con variables como la percepción de si el maestro tenía problemas de disciplina con sus alumnos (en que se encontró una correlación inversa). Se encontró también que el índice de empowerment está positivamente correlacionado con la autoevaluación de los maestros, con su opinión sobre sus colegas y con la opinión del director del establecimiento acerca de la iniciativa y autonomía de su personal. En cambio, no se halló correlación entre los indicadores de desempeño y los puntajes de los estudiantes del establecimiento en las pruebas SIMCE. En cambio, las dos medidas de desempeño que consideran la opinión del director están positivamente correlacionadas entre sí y también con el índice obtenido por el establecimiento en la evaluación del desempeño del establecimiento, que también se hace en forma estandarizada ( en forma del SNED, que se describirá más adelante) (Mizala y Romaguera, 2001: 19-20). Siempre para el caso chileno otros resultados de encuestas acerca de la percepción de los docentes sobre su profesión, ponen de relieve la importancia de la vocación, a partir de altos porcentajes de docentes que declaran que si tuvieran que optar, escogerían de nuevo la carrera magisterial (Núñez, 2001: 29-30). 2.4 Salarios: Apreciación general: En una comparación entre los países del Cono Sur, se ha estimado que los salarios medios anuales en dólares ajustados por poder de compra son en Argentina y Chile de 6.800 y 12.000 dólares anuales aproximadamente, mientras que en Uruguay apenas superan los 6.000 dólares. Esta diferencia se torna aun mayor si consideramos los salarios medios anuales de los maestros con al menos 15 años de experiencia (Filgueira, 2001: 8-9). 18 Entre 1960 y 1986, el salario real promedio de los maestros uruguayos descendió a poco menos de las tres cuartas partes, y en la restauración democrática después de diversas fluctuaciones, en 1995 estaba 10% más bajo que en 1986, para recuperar el nivel de este último año en 1999. Para mayo de 1998, el salario promedio de los maestros argentinos era de 412,2 pesos, lo que se compara desfavorablemente con los promedios de los trabajadores de los servicios sociales regulares y protegidos (743,3 pesos) y con el total de los trabajadores regulares y protegidos (725,2). La evolución del salario real de los maestros en el inicio de su carrera, era en 1981 aproximadamente de 650 pesos y en 1999 un poco inferior a 400 pesos (de este último año) (Tiramonti, 2001: 22). En Chile, la situación histórica de bajas remuneraciones de los docentes, agravada durante el régimen militar y en particular en los años 80, mejora notablemente en los años 90. La referida tendencia ha sido avalada por un estudio técnico de la organización de los docentes, que cuantificó el deterioro experimentado desde 1970 y que reconoció que entre 1990 y 1999, los promedios de salarios docentes se habían incrementado en 129,4%. (Núñez, 2001: 36). Entre 1990 y el año 2001 las remuneraciones promedio de los profesores (en este caso, de todos los niveles del sistema escolar), aumentaron en 150%; en tanto la remuneración mínima, que es la remuneración de ingreso al sistema aumentó en 182% para el sector municipal y en 448% para el sector particular subvencionado en igual período Los salarios docentes, en promedio, han aumentado más que los del conjunto de los empleados públicos y los del total de la fuerza de trabajo de Chile (Mizala y Romaguera, 2001: 16-17). Como puede verse, en términos gruesos, la situación salarial de los docentes en Argentina y Uruguay se ha deteriorado de modo significativo, lo que contrasta con el mejoramiento evidente de la situación chilena. Contrasta también con el hecho que mientras en Chile las remuneraciones docentes crecen más que las de los restantes servidores públicos y que las del conjunto de los trabajadores, en Argentina, para el año 1998, los salarios de los maestros eran en promedio inferiores a los otros dos agregados. En el mismo orden de las comparaciones con otros sectores, la tasa de retorno o los ingresos adicionales percibidos por cada año de educación que se agrega, en Chile es inferior en los docentes, respecto a los no docentes, como también es inferior el premio monetario por tener un título. El favorable crecimiento de los salarios docentes chilenos en la década de los 90, no logra compensar todavía diferencias que parecen tener un origen más lejano y un alcance mayor ( según datos de la encuesta CASEN de 1998, procesados por Mizala y Romaguera, 2001: 18). Los datos empíricos suelen sobre remuneraciones docentes suelen no coincidir con las percepciones tanto del magisterio mismo y de sus organizaciones representativas, como de la opinión pública. En el caso chileno, persiste la imagen de deterioro salarial (Mizala y Romaguera (16). La misma divergencia entre los datos estadísticos oficiales y la percepción de los maestros y/o de sus organizaciones gremiales se observa en la comparación entre la expresión del “malestar docente” que recogió el Congreso Nacional de Educación, en aspectos como la carga de horas semanales de trabajo y otras condiciones laborales ( Núñez, 2001: 24-28) . 19 Estructura, carrera y diferenciaciones: El problema de las remuneraciones docentes no es sólo de monto y de comparabilidad con otros sectores laborales. Es también un problema de distribución o de estructura interna y de su evolución a lo largo de la trayectoria laboral o profesional de los profesores. Inicialmente, se examinará aquí el tema de los salarios básicos o de ingreso. En Argentina no hay dos provincias donde las estructuras salariales sean iguales ni donde, por lo tanto, ante igualdad de situaciones, dos docentes – uno en cada una de ellas – perciban los mismos ingresos (rasgo que contrasta con el caso uruguayo y con el chileno, aunque en este último caso hay que distinguir entre la homogeneidad de la estructura salarial del sector municipal y la heterogeneidad relativa de las remuneraciones del sector privado). En consecuencia, el análisis se basará principalmente en datos de las provincias de Buenos Aires y de Córdoba que, por su entidad, pueden ser indicativas de la generalidad de las jurisdicciones (Tiramonti, 2001: 23). El “salario base”, percibido por los docentes de las referidas provincias argentinas al iniciar la carrera, pone de relieve las distorsiones que experimenta este rubro, debido a la incorporación de diversos otros ítems salariales comunes a todos los docentes, lo que permite hablar de la existencia de un “salario básico ampliado”. Los ítems adicionales son argumentados como compensación a necesidades o requerimientos propios del ejercicio docente y permiten justificar incrementos específicos para el magisterio, que no despierten o moderen las demandas paralelas de otros grupos de funcionarios públicos en las provincias. Para 1998, en Buenos Aires y de Córdoba, el salario básico simple es de 234 y 226 pesos respectivamente, pero que “ampliado” llega a 364 y 425,1 pesos respectivamente. En Chile, según las normas salariales del Estatuto de los Profesionales de la Educación, rige una “remuneración básica mínima nacional”, aplicable a todos los docentes cualquiera sea el tipo de establecimiento. Su valor es expresado en pesos por hora semanal/mensual de contrato y difiere para la educación básica, pre-escolar y especial, por una parte, y para la educación media, por otra: $5.927 y $6.230, respectivamente ( en valores del año 2001, que equivalen aproximadamente a US$. 4,14 y US$. 4,36). Debe notarse la escasa diferenciación de los salarios base de los profesores secundarios respecto a los de sus colegas de los otros niveles educativos (Mizala y Romaguera, 2001: 5). Hay que tener en cuenta, además, que la ley fija el salario básico según hora semanales/mensuales y no según empleo o contrato, debido a la ya referida flexibilidad y diferenciación de horarios que caracteriza a la docencia chilena. En Uruguay, en 1997, el salario para los docentes primarios de aula de menor antigüedad en el (grado 1) era de US$ 275,5 al mes y de US$ 3,44 por hora (Filgueira, 2001: 12). En 1999, el salario anual inicial para los docentes del sector público (en dólares equivalentes PPA), en el nivel primario, se calculaba en US$ 8.906 para Argentina, US$ 9.067 para Chile y US$ 5.241 para Uruguay. En secundaria inferior, se calculaba en 1999 en US$ 14.426 para Argentina, US$ 9.067 para Chile y US$ 5.241 para Uruguay . En el nivel de secundaria superior, se calculaba en US$ 14.426 para Argentina, US$ 9.067 para Chile y US$ 5.703 para Uruguay (OECD-UNESCO (2001, 2001: 194-196) 20 Las cifras presentadas confirman, por una parte, una ordenación gruesa de mayores a menores promedios salariales encabezada por Chile, seguida por Argentina y por Uruguay. Muestran también que en Chile prácticamente no hay diferencias de salario inicial según los niveles educativos, en Argentina se diferencian las remuneraciones iniciales de primaria, por una parte y las de secundaria baja y alta, por otra, mientras que en Uruguay, no hay diferencias entre primaria y secundaria baja, en tanto que las de secundaria superior se elevan moderadamente sobre las anteriores. A continuación se presentan análisis de las estructuras salariales que en cada país se construyen y asignan a partir de la remuneración básica. En las provincias argentinas de Buenos Aires y Córdoba, las estructuras se basan en los criterios de “responsabilidad”, “calificación” y “experiencia”, las cuales por lo general están determinadas en forma implícita y se desconoce si alguna vez esos criterios se han aplicado, discutido y contemplado en forma explícita, lo cual significa que en una estructura tan significativa no se percibe qué es lo que se está pagando. El criterio de responsabilidad, se expresa en las remuneraciones más elevadas que reciben los docentes directivos de las escuelas primarias respecto a los “maestros de grado” o docentes de aula. Un director de primera categoría tiene en Buenos Aires un sueldo 51.4% más alto y en Córdoba un 32,4% por sobre el maestro de aula (Tiramonti, 2001: 26). La calificación o formación en servicio no tiene en el sistema educativo argentino incentivos monetarios explícitos y por lo tanto, los cursos, la capacitación, etc. sólo son funcionales como antecedentes para ascender en la escala jerárquica (Tiramonti, 2001: 27). La experiencia es reconocida en todos los sistemas educativos provinciales argentinos con incrementos salariales escalonados en el tiempo. El adicional por “antigüedad” que recompensar más la fidelidad al sector que la experiencia, ha recibido “numerosas y demoledoras críticas”, pero no se le ha encontrado un mejor sustituto (Tiramonti, 2001: 27). En las provincias analizadas, en principio, el salario más alto se obtiene por esta vía a los 24 años de servicio y es diferente en un 120% al inicial, incrementándose cada cinco años. Sin embargo, la distribución específica de los incrementos en el tiempo varía entre Buenos Aires y Córdoba. Además la progresión por experiencia se distorsiona debido a los efectos del juego de los adicionales respecto al salario básico ampliado (Tiramonti, 2001: 28). En este sentido, son ejemplos los adicionales percibidos en la provincia de Buenos Aires: “por desfavorabilidad”, por tratar con enfermos de SIDA, por la condición de excombatiente de la guerra de las Malvinas y otros (Tiramonti, 2001: 29). En el caso chileno, el Estatuto Docente estableció la estructura de rubros salariales adicionales para los docentes chilenos. La estructura del sector municipal incluye sobre la remuneración básica mínima nacional ya cuantificada, una “asignación de experiencia” que asciende hasta un 100% adicional, escalonada cada dos años, hasta cumplir 15 bienios. Se reconoce también una “asignación de perfeccionamiento” (o formación en servicio, proporcional a la cantidad y calidad de cursos y actividades oficialmente acreditados), que puede ascender hasta 40% del salario básico y que de hecho está asociada a la antigüedad, ya que lo normal es que los docentes vayan acumulando más capacitación a medida que avanzan en años de servicio. La “asignación por desempeño en condiciones difíciles” se otorga cuando sus respectivos establecimientos son declarados como tales por razones de ruralidad extrema, aislamiento o trabajo con poblaciones de riesgo o inseguridad. Esta asignación es una cifra variable cuyo máximo es un 30% respecto al 21 salario básico, es independiente de los factores “experiencia” y “perfeccionamiento”, se otorga en función de la adscripción a determinado establecimiento y es temporal. Por último, se otorga la “asignación por responsabilidad”, a los docentes que cumplen funciones técnicas en los establecimientos y al personal directivo de los mismos, ascendente a un máximo de 10% y de 20%, respectivamente (Mizala y Romaguera, 2001: 8). Los docentes del sector privado subvencionado, sobre la remuneración básica sólo gozan de la misma “asignación por desempeño en condiciones difíciles” que favorece a los docentes municipales, Más allá de estos dos ítems (remuneración básica mínima y desempeño en condiciones difíciles), la remuneración total de los docentes del sector privado es resultante de la negociación individual o colectiva entre sostenedores y docentes. En la carrera de los docentes primarios uruguayos, los salarios se ajustan por antigüedad. De hecho, `la carrera’ de los maestros está construida sobre el pilar de la antigüedad. La adjudicación de puestos se complementa en un sistema de “concurso y mérito”, pero este sistema está fuertemente limitado por un ranking en donde predomina el criterio de antigüedad (Filgueira, 2001: 11). En 1997, el incremento de la remuneración de los docentes de aula tenía una progresión que va desde el ya referido grado con 275 dólares hasta el grado 7 con 415,1 dólares mensuales. La estructura salarial del personal directivo es atractiva, puesto que se escalona desde los 675 dólares del director de escuela rural (grado 1), hasta los 911 dólares del grado 6, en el que se ubican los directores de escuelas de tiempo completo. La carrera uruguaya – a diferencia de la chilena, que se desarrolla sólo en el ámbito de los establecimientos – permite pasar desde puestos directivos de escuelas a puestos de inspección, en que se han estructurado cinco grados, desde el 1, de inspectores comunes con 995,5 dólares mensuales, hasta inspectores nacionales con grado 5 y 1.396 dólares de remuneración. La estructura salarial y de carrera, distingue niveles que van desde el que encasilla a los 14.000 maestros de aula, los 800 directores de escuelas, los 200 inspectores locales para culminar en 30 inspectores nacionales (Filgueira, 2001: 14). En las posibilidades de ascenso y de mejoramiento salarial, como ya se dijo, es decisivo el concurso por antigüedad y por méritos (estos últimos rankeados por evaluaciones hechas por el jefe directo). Un sistema de este tipo, significa que los puestos de enseñanza van vaciándose de los mejores elementos, que se ven atraídos a pasar de la carrera propiamente docente a la carrera administrativa. Por otra parte, cada año se concursan los cargos docentes vacantes, lo que lleva a que los maestros con más antigüedad y mejores calificaciones tengan derecho a optar por los puestos ubicados en las mejores escuelas, que son las de mejor transporte, recursos y contextos sociales alto y medio alto. Este sistema implica una muy regresiva distribución de los recursos humanos y también estrategias de alta rotatividad docente y fuerte movilidad horizontal, como ya se refirió (Filgueira, 2001: 14), La expresión de la estructura salarial como una forma de remuneración proyectada en el tiempo, es entendida en Uruguay como un derecho o beneficio, e interpretada como requerimiento indispensable de la existencia de un pirámide burocrática de puestos, es decir como “carrera funcionaria”, propia de los servicios públicos, la cual es también criticda por sus rasgos de “inercia” e “ineficiencia” (Filgueira, 2001: 11). 22 En el caso de los estudios chilenos, la estructura de salarios del sector municipal, que describen Mizala y Romaguera, es reconocida por el Estatuto correspondiente como “carrera profesional” para dicho sector. Aunque tiene diferencias con la tradicional carrera funcionaria o administrativas, tiene más rasgos de ésta que de aquella. En efecto, la carrera docente municipal chilena no distingue jerarquías o grados ni da origen a sistemas formales de ascensos. Tampoco se despliega a lo largo u alto de la estructura de gestión educacional, puesto que el Estatuto que la sustenta jurídicamente sólo rige para el personal de los establecimiento escolares ( a diferencia de los países con sistemas centralizados de gestión en que hay continuidad entre las jerarquías intraescolares y las jerarquías de administración local, provincial o estadual, y nacional, como en el caso uruguayo y el de las provincias argentinas). La actual carrera chilena es un sistema de diferenciación salarial estructurada en torno a la antigüedad, su conexa que es la acumulación de perfeccionamiento y la posibilidad u oportunidad de acceder vía concursos públicos a puestos en las funciones de apoyo técnico-pedagógico o a puestos directivos (en ambos casos sólo en el nivel establecimientos), cuyas horas semanal-mensuales de trabajo son algo mejor remuneradas que las docentes. En el caso argentino, una “carrera docente” de alcance nacional es parte de una propuesta de política docente en debate (Tiramonti, 2001: 45-46). En Chile, hay avances en el sentido de una carrera que sea efectivamente “profesional”. Un reciente acuerdo entre el gremio docente y el gobierno, echó un primer cimiento en una reciente ley que se hará efectivo a partir del año 2002 (Núñez, 2001: 38). De ambas propuestas habrá mayores referencias en un próximo apartado de este estudio. Los siguientes datos comparativos, para 1999, permiten apreciar el incremento de salarios por experiencia, según niveles educativos en los tres países. (OECD-UNESCO, 2001: 194-196). NIVEL PRIMARIA SECUNDARIA BAJA SECUNDARIA ALTA Cuadro N°1 SALARIOS ANUALES DE PROFESORES EN ARGENTINA, CHILE Y URUGUAY (1999) En dólares equivalentes Salario Salario con 15 Salario al País Inicial años de término escala experiencia salarial Argentina 8.906 12.377 14.697 Chile 9.076 10.476 14.043 Uruguay 5.241 6.281 7.582 Argentina 14.426 20.903 25.396 Chile 9.067 10.476 14.043 Uruguay 5.241 6.281 7.582 Argentina 14.426 20.903 25.396 Chile 9.067 10.637 14.020 Uruguay 5.703 6.744 8.044 El incremento de los salarios a través de la trayectoria laboral de lo docentes, considerando todos los bonos adicionales, en 1999, puede observarse en el siguiente cuadro: 23 Cuadro N° 2 SALARIOS DE PROFESORES EN ARGENTINA, CHILE Y URUGUAY (1999) INCLUYENDO TODOS LOS BONOS ADICIONALES En dólares equivalentes NIVEL PRIMARIA SECUNDARIA BAJA SECUNDARIA ALTA País Argentina Chile Uruguay Argentina Chile Uruguay Argentina Chile Uruguay Salario Inicial 9.857 14.459 9.842 15.789 14.459 9.842 15.789 14.644 10.305 Salario con 15 años de experiencia 13.327 15.868 11.675 32.266 15.868 11.675 22.266 16.214 12.489 Salario al término de la escala salarial 15.647 19.433 14.724 26.759 19.435 14.724 26.759 19.597 15.585 24 Los promedios señalados confirman las aseveraciones respecto a la ponderación de la experiencia y del conjunto de asignaciones o bonos adicionales, en las estructuras salariales de los tres países. Por otra parte, se observa que los rubros adicionales prácticamente no alteran las comparaciones que se hicieron respecto a los salarios básicos. En Chile, los salarios iniciales y a lo largo de la carrera son más altos en primaria que los de Argentina y Uruguay, superiores a los uruguayos en los tres niveles educativos e inferiores a los argentinos en secundaria baja y alta. Al mismo tiempo, en Argentina es donde se observa un diferencial más alto entre los salarios iniciales y los de final de carrera: 58,7% para primaria y 69,5% para secundaria baja y alta, enseguida, en Uruguay, en primaria y secundaria baja el incremento es de 49,6% y se eleva un poco en secundaria alta: 51,2; finalmente en Chile, es donde hay un menor incremento, de 34.4% en primaria y secundaria baja y de 33,8% en secundaria superior. Un último tema sobre estructura salarial es el de las diferencias entre el salario nominal y el salario real o efectivamente percibido por los docentes (“salario bruto” y “salario de bolsillo”, en el lenguaje de Tiramonti). Es una diferencia que se produce seguramente en todos los casos, como los de este estudio, en que del salario nominal se descuentan aportaciones para sistemas de seguridad social, de salud y otros, sistemas a los que pueden también contribuir los empleadores (la excepción es Chile, en que las contribuciones son exclusivamente de cargo del trabajador). En Argentina, lo resaltante es que hay ítems constitutivo del salario bruto que dan origen a contribuciones del docente y a aportes del empleador, que abultan los costos de éste, mientras que otros ítems no implican aporte. Estos, en el corto plazo, facilitan los incrementos de remuneraciones, pero en el largo plazo debilitan los beneficios previsionales, de bienestar o de salud. En otras palabras, la medida en que los adicionales salariales se hacen “remunerativos” o “imponibles (como se dice en Chile) es una herramienta en los juegos de decisiones sobre incrementos salariales (Tiramonti, 2001: 29-31). Incentivos: A continuación se examinará comparativamente un tipo especial de diferenciaciones en la estructura salarial: los “incentivos”. En un sentido amplio, podría decirse que constituyen incentivos varios de los componentes de la estructura salarial docente que ya se han descrito y comparado. Así, el monto de salario básico docente – contrastado con el de otras ocupaciones – puede operar como incentivo respecto a la elección de carrera. El importante pago adicional por “antigüedad” o “experiencia” puede interpretarse como un estímulo para la retención de docentes calificados en el ejercicio profesional y particularmente en la función de enseñanza directa. El incentivo por acumulación de cursos o actividades de capacitación en servicios es un premio al mejoramiento profesional, en tanto que los salarios adicionales por prestación de servicio en determinados tipos de establecimientos que el interés público exige, son un incentivo a la dotación de buenos profesores, exigida por la equidad social. En los tres casos estudiados, existen variados incentivos, entendidos en el sentido amplio. También en los tres países se han detectado distorsiones o efectos no previstos o no deseados en tal gama de estímulos. 25 En esta sección se considerará el tipo de diferenciación salarial que incentive directamente el desempeño profesional, y más específicamente incentivos asociados al rendimiento escolar o a la calidad del desempeño institucional. En el caso uruguayo, operan como incentivos de desempeño los ya referidos tipos especiales de remuneración que benefician a los maestros que laboran en las escuelas de atención prioritaria y de jornada completa. Los “programas de mejoramiento educativo” pueden leerse como un ejemplo de recompensa no monetaria a los docentes y como el caso más cercano a un programa de incentivos basado en “performance” (Filgueira, 2001: 16). En Argentina no se encuentran incentivos al desempeño en las estructuras salariales analizadas y sólo los encuentra en propuestas de política docente que aún no están en vigencia y que se considerarán en un apartado posterior. En Chile, hay una experiencia de introducción de incentivos al desempeño a escala de toda la educación subvencionada por el Estado. Una ley de reforma del Estatuto Docente incorporó en 1995, entre otras innovaciones, el llamado Sistema Nacional de Evaluación del Desempeño de los establecimientos públicos y privados con subvención estatal. Su creación fue fundamentada en que la situación del sistema educacional en Chile – así como muchos otros países de la región – presentaba características que hacían particularmente necesaria la introducción de un sistema de incentivos: una estructura de remuneraciones de los docentes muy pareja, basada sólo en escalas uniformes de remuneraciones con premios a la experiencia y una gran dispersión de resultados entre colegios que atienden a una población de estudiantes con características similares (Mizala y Romaguera, 2001: 23-28), El sistema referido incluye dos instituciones principales articuladas: un mecanismo de evaluación del desempeño de los equipos docentes y una subvención para financiar un incentivo salarial a todos los profesionales de la educación de un porcentaje de establecimientos mejor evaluados en cada una de las trece regiones del país. La evaluación, que efectúa el Ministerio de Educación de Chile cada dos años conforme a indicadores objetivos y conocidos, aprecia la “efectividad” de los establecimientos, según mediciones estandarizadas de los aprendizajes de los alumnos, la “superación” o avance en los resultados escolares, la “iniciativa” o capacidad de innovación mostrada por los equipos docentes, el “mejoramiento de las condiciones de trabajo, la contribución a la “igualdad de oportunidades” y la “integración de profesores y padres de familia”. Esta evaluación se realiza al interior de grupos homogéneos o similares al interior de cada región y da origen a puntajes que permiten hacer un “ranking” de todos los establecimientos. Aproximadamente el 25% de los establecimientos de cada región que obtienen los mayores puntajes, tienen derecho a recibir un financiamiento estatal que se distribuye igualitariamente entre todos los docentes (en proporción a sus horas semanales de contrato), por un período de dos años. Para el período 2000-2001, se premiaron 1699 escuelas o liceos (de un total de 8000 centros subvencionados), con un total de 32.600 docentes, que representan el 27,7% del total de profesionales del sector subvencionado. El incentivo consistió en un promedio anual de $260.245 por docente (aproximadamente un 6% del salario básico mensual) (Mizala y Romaguera, 2001: 26). 26 En una muestra representativa de docentes, se encontró que un 74,7% está de acuerdo en que se aplique un mecanismo de evaluación como el descrito. Un 55, 6% está de acuerdo o muy de acuerdo en que un incentivo por desempeño contribuye a mejorar la calidad de la educación (Mizala y Romaguera, 2001: 27-28), El sistema descrito ya parece estar consolidado en Chile. Pero se trata de una evaluación y de incentivos al quehacer colectivo de los docentes. En este país hay un giro del gremio magisterial que al presente acepta y promueve, junto con el gobierno y los empleadores la próxima instalación de un sistema de evaluación “formativa” del desempeño profesional individual. Con menor grado de entusiasmo, el gremio ha aceptado la dictación de una reciente ley que establece una significativa asignación salarial por excelencia pedagógica de los docentes de aula, a fin de retener a los mejores docentes en la enseñanza directa (Núñez, 2001: 38). En consecuencia, todo hace prever que en los próximos años estén en aplicación en Chile, a escala general, incentivos al desempeño profesional individual de los docentes. 3. POLÍTICAS HACIA LOS DOCENTES Después del análisis comparativo de los estudios y datos sobre la condición docente en las últimas dos décadas en los tres países considerados, este capítulo se propone explorar las políticas públicas hacia el magisterio, distinguiendo entre las políticas salariales, las políticas de regulación del quehacer docente y las políticas relativas a la formación inicial y a la formación en servicio o capacitación, e incluyendo la eventual participación del sindicalismo docente en la gestación y en la implementación de las políticas. Los estudios de base, sin embargo, no son suficientemente explícitos sobre las políticas docentes y, a veces, se recurrirá a inferencias a partir de alusiones ocasionales o de rasgos actuales de la condición docente ya descritos que pueden estimarse resultantes de la implementación de políticas públicas. 3.1 POLÍTICAS SALARIALES En el caso argentino, la nueva política salarial hacia los docentes se da en el marco de políticas educativas orientadas a modernizar el sistema educativo, a través de la adopción de un modelo de gestión acorde con el nuevo paradigma de descentralización de las acciones, desplazamiento de las responsabilidades hacia la base del sistema y concentración de los dispositivos de regulación en el Estado Nacional (Tiramonti, 2001: 44-45). Dicho paradigma, modifica los criterios de valoración del trabajo y genera nuevas relaciones de sentido entre las condiciones de trabajo y la calidad de sus productos. El contrato regular y protegido que constituyó la condición laboral en el período de auge de la sociedad salarial comenzó a ser sospechado como generador de una ‘apropiación del cargo’ reñida con las exigencias de competitividad de los nuevos tiempos. A la inversa y en concordancia con los 27 dictados del modelo toyotista de organización del trabajo se desplazaron a la base las responsabilidades por los resultados y se realizaron articulaciones positivas entre la flexibilidad de los contratos y la calidad de los resultados En los años recientes, en Argentina se han generado dos propuestas para modificar el régimen docente y las políticas salariales correspondientes. En 1997, la administración Decibe creó un fondo de recursos denominado “Fondo de Profesionalización Docente”, destinado a financiar nuevas escalas salariales. En verdad, se transformó en un fondo de financiamiento a la implantación de incentivos docentes, al cual pudieran acceder las provincias. Hubo muchas resistencias al tipo de impuestos que lo financiaban y cuando se aplicó, se recaudó mucho menos de los esperado. La ley terminó derogándose y, a partir del año 2000, el tesoro nacional se hizo cargo de financiar el fondo. En ese año se distribuyeron casi 650 millones de pesos para incentivo entre todas las provincias. Se entrega una suma fija por docente, que alcanza en promedio a 60 pesos mensuales para los maestros de grado y una suma proporcional a las horas de cátedra para los profesores de secundaria. Además y como se detallará más adelante, la Ministra Decibe proponía una simplificación de la estructura salarial, mediante la diferenciación entre las remuneraciones que corresponden al salario básico, incluyendo los diferenciales por competencias específicas o responsabilidades, y los pagos que se incorporan por alguna circunstancia variable (diferencial por función, desempeño personal y adicional por condiciones de trabajo complejas o dificultuosas) (Tiramonti, 2001: 45). La nueva administración Delich ha propuesto, en reciente documento de trabajo para negociación, una revisión de la estructura salarial, que incluya un escalafón básico común, componentes remunerativos comunes y unificación de las bonificaciones especiales. Las dos sucesivas propuestas tienen como elementos comunes: a) la homogenización de la estructura salarial vigente en las diferentes jurisdicciones; y b) la introducción de incentivos monetarios en la carrera, estableciendo correlaciones entre aumentos salariales y rendimiento docente. Quienes proponen los incentivos, argumentan en el sentido que si los docentes son remunerados competitivamente en función de su performance, trabajarán más y buscarán superarse profesionalmente. Pero también hay dificultades para la aplicación de este sistema: i) dificultad en la medición y evaluación; ii) el hecho que la mayor calidad no se debe a una contribución individual; iii) no hay evidencia que el pago por mérito mejore el desempeño de los docentes ni el rendimiento de los alumnos (Tiramonti 2001: 47). En Chile, la política de los años ochenta del régimen militar, por una parte quiso liberalizar al máximo la política salarial hacia los docentes pero, por otra, mantuvo la responsabilidad estatal indirecta en el financiamiento de las remuneraciones del personal del sector subvencionado (municipal y privado). En principio, las decisiones sobre fijación de las remuneraciones debían adoptarse localmente (a nivel comunal en el sector público, a nivel de escuela en el sector privado). Pero los recursos para financiarlas en alta proporción provenían del presupuesto estatal. En consecuencia, la política salarial hacia los docentes siguió siendo una materia que se decidía o se condicionaba a nivel central. Por lo mismo, la crisis del gasto público que se abrió en 1982, significó una fuerte deterioro de los salarios docentes que ni las municipalidades más ricas, ni los empleadores privados más solventes lograron moderar (Núñez, 2001: 14-15). 28 Los regímenes democráticos de los 90 definieron una distinta política salarial para los docentes. Por una parte, se reconoció el deterioro de los 80 y se comprometió su superación En efecto, el Estado se responsabilizó de financiar los recursos adicionales que significaba el gradual pero sostenido incremento de las remuneraciones de los docentes del sector subvencionado, aunque éstos no son trabajadores dependientes del Estado (Núñez, 2001: 16-18). Este compromiso se ha cumplido y se seguirá cumpliendo como se desprende del acuerdo reciente con la organización gremial y la ley que lo instrumentó (Núñez, 2001: 38). Por otra parte, se instaló una política salarial regulatoria, en el sentido que – a través del Estatuto aprobado en 1991– se ordenó una estructura salarial nacional para el sector municipal y se enmarcó y se le dio un piso mínimo común a la negociación local de remuneraciones en el sector docente privado. La nueva política se proponía objetivos de mejoramiento educacional, de equidad social, de beneficio hacia un sector política y socialmente estratégico como es el magisterio y también de eficiencia y responsabilidad en el gasto público. Ya se han descrito las normas básicas en que se ha traducido dicha política, y se ha seguido su desarrollo a través de la década y hasta el presente. En suma, se ha implementado un mejoramiento gradual y persistente de los salarios, al punto que al presente se discute y negocia más la estructura y tipos de remuneración, que el monto mismo. En particular, la política oficial de los últimos años, manteniendo la disposición a continuar elevando las remuneraciones básicas de los docentes y a mejorar las asignaciones adicionales según condiciones diferenciales, ha impulsado la introducción de incentivos al desempeño colectivo, desde 1996, y al desempeño individual en la presenta década. A partir de 1995, las políticas salariales uruguayas hacia los docentes se enmarcan en los avatares del proceso de reforma educativa liderada por Germán Rama. Entre los objetivos de ésta, ubica el de “mejoramiento del perfil, distribución y movilidad de la función docente”. Para el cumplimiento de estos cambios, indica dos instrumentos de política que se relacionan con los salarios docentes, a saber, “incentivos monetarios y no monetarios asociados a programas especiales” (escuelas de tiempo completo, escuelas de requerimiento prioritario y escuelas con proyectos de mejoramiento), e “incremento salarial con énfasis en los salarios de los grados más bajos en la carrera docente”. (Filgueira, 2001: 7). El primero de estos dos instrumentos está más orientado a enfrentar los problemas de distribución y movilidad de los docentes, mientras que el segundo parece apuntar a mejorar el perfil de los docentes, haciendo del ingreso de la carrera una opción más atractiva. Se ha afirmado que los reformadores buscan mejorar la calidad promedio de los candidatos a docentes, mejorar su distribución y sólo recientemente su desempeño. Para lograrlo, aumentan los salarios de inicio, fortalecen la formación y desarrollan programas especiales menos enfocados a mejorar el desempeño que a la reubicación y retención del personal educativo. (Filgueira, 2001: 36). Finalmente, se ha afirmado también que los incentivos contenidos en los referidos programas especiales de la reforma no pueden por sí solos lograr los cambios necesarios, que tiene que ver con la estructura general de la carrera, que se pueden calificar como “un mar de incentivos incorrectos (Filgueira, 2001: 38). Es posible interpretar que en el caso uruguayo haría falta una política salarial más amplia y mejor orientada a cambiar la estructura de carrera, que se ha enjuiciado como promotora de inercia e ineficacia. 29 3.2 POLITICAS DE REGULACIÓN DE LA ACTIVIDAD DOCENTE: La revisión general de la organización del trabajo, ya referida para el caso argentino, se extiende a las carreras laborales docentes. Con una mirada crítica sobre ellas, se atribuye a sus características buena parte de la responsabilidad de la baja calidad de la educación. Se ha diagnosticado que la carrera docente tal como está plasmada en los estatutos que regulan esta actividad, no es funcional a una tarea “profesional” basada en el logro y la autosuperación. Se ha iniciado una discusión, que hoy está en pleno desarrollo, sobre los métodos posibles para incentivar mejores desempeños docentes, limitar algunas prebendas laborales y mejorar los dispositivos de control y disciplinamiento de estos agentes ( Tiramonti, 2001: 45) A partir de estos criterios se han intentado políticas para modificar los estatutos y generar una nueva carrera docente. Como ya se refirió, hay dos intentos: uno realizado por la administración Decibe y otro iniciado por la actual administración Delich. Ambos tienen similar orientación, pero hay distancias en lo que respecta a la elaboración de la propuesta y a las previsiones para su aplicación. La propuesta Decibe establecía una “carrera docente” que preveía tres escalafones que a su vez reconocían dos subniveles cada uno. Se requería un tiempo mínimo de permanencia en cada subnivel y para el paso de un nivel a otro. Cada avance estaba precedido de una evaluación e implicaba un incremento salarial y para los docentes de grado no significaba abandono del aula. El paso de un nivel a otro y la correspondiente evaluación eran voluntarias. La propuesta incluía un mecanismo de ingreso, que debía hacerse por concursos a una determinada escuela, que decidía las especificidades del mismo de acuerdo a sus necesidades, bajo la supervisión del Ministerio de Educación de la provincia. En efecto, en 1997 el Ministerio de Educación inició el intento de establecer una nueva Carrera Docente, que se denominó “Fondo de Profesionalización Docente”; se emprendió incluso una negociación con el BIRF para su financiamiento. La idea central era cambiar sustantivamente los criterios de incremento salarial, por un lado, y los de ascenso en el escalafón, por otro. El proyecto de ley nunca fue considerado en las Cámaras. El proyecto preveía la creación de un Fondo por 600 millones para 4 años y preveía que las provincias debían adherirse al Fondo para recibir financiamiento y Acuerdos específicos. En 1998 como fórmula mínima, se envía el proyecto de creación del Fondo para el Incentivo Docente, que es el vigente. Por el mismo se asigna una suma fija por cargo (se pueden acumular en un máximo de dos). Las principales diferencias entre el sistema vigente y el propuesto eran las siguientes. SISTEMA VIGENTE EN 1998 INGRESO SISTEMA PROPUESTO 30 El docente concursa para ingresar como titular a partir de una lista de mérito. El concurso es convocado por el Ministerio de Educación Provincial, MEP Ingresa por un concurso en la escuela, convocado cuando se produce una vacante. El Ministerio de Educación Provincial establece las condiciones del mismo, y la escuela establece las especificidades del concurso con la supervisión del MEP DESIGNACIÓN En Primaria: En un cargo docente en una escuela En Ens. Media: en horas cátedra por curso, división y materia, por colegio. La institución no participa. CARRERA Se designa al docente en un cargo en un establecimiento. En EGB3 y Polimodal los nuevos incorporados deben tener no menos de 20 horas/ semana. La institución y el supervisor participa del proceso. En la carrera vigente hay un cargo inicial: maestro de grado o profesor. Se asciende por concurso de antigüedad y antecedentes, en algunos casos por concurso de oposición. El cargo máximo en el escalafón es de supervisor. Hay una antigüedad mínima para ascender. Los concursos son cerrados a los integrantes del sistema y organizados centralizadamente por los MEP. La permanencia en el cargo queda asegurada; no hay evaluación de desempeño. Se establece un sistema de promoción ascendente dependiente del desempeño, las habilidades y competencias específicas que acredite, sin abandonar el aula* . La promoción implica un incremento salarial. Tampoco se exige un lapso determinado de tiempo para acceder a cargos de dirección. * La idea era evitar que la carrera lineal vigente sacara del aula a los docentes mejores o con más iniciativa, partiendo de la base que las competencias para ser un buen maestro no son exactamente las mismas que para ser un buen director 31 SISTEMA VIGENTE EN 1998 SISTEMA PROPUESTO SALARIO * Las diferencias salariales se establecen básicamente por la antigüedad. *Otra forma de incremento es dejar el aula y ascender por un recorrido fijo: Secretario- Director- Supervisor La estructura de los salarios en las distintas Provincias es muy compleja, con muchos adicionales de poca clara definición, muchos que njo se aplican al sueldo básico. Las diferencias se establecen por: a) haberse promocionado a distintas etapas y/o niveles de la carrera a través de sucesivas acreditaciones y/o aprobación de evaluaciones. b) desempeño en la unidad educativa medida por indicadores cuali y cuantitativos. c) la antigüedad en la función significa adicional de 1% anual con un máximo de 23%. Se propone una estructura salarial simple: a) Componentes que se corresponden al salario (básico, promociones por nuevas competencias profesionales o responsabilidades. b) Componentes que se incorporan por alguna circunstancia variable: diferencial por función, desempeño personal y adicional por condiciones de trabajo complejas o dificultosas (zonas de riesgo, tasas altas de repetición, etc.) La Carrera Profesional preveía la siguiente estructura, tanto para la función docente como para la de conducción: i) Nivel de Aplicación; ii) Nivel de Desarrollo; y iii) Nivel de Dominio. Cada uno de esos niveles estaban divididos en dos subniveles, uno de iniciación y otro de desarrollo; cada nivel implicaba una complejidad y responsabilidades crecientes de las funciones. Se preveía un tiempo mínimo de permanencia en cada subnivel para postular al subnivel de desarrollo, y lo mismo para el ascenso del Nivel I en adelante. Cada avance preveía diversos mecanismo de evaluación. El proyecto de Ley establecía cláusulas obligatorias que establecían condicionamientos para las Provincias: i) La implementación de un Legajo Unico Informatizado; ii) Un sistema de salud y riesgo laboral terciarizado(1); iii) Presupuesto por Programas; 1 / El fundamento era la ineficiencia y el alto ausentismo generado por los sistemas provinciales; las experiencias de las provincias que ya lo habían implementado (como Mendoza) habían sido muy exitosas. 32 IV) Sistemas informatizados de los procesos administrativos; V) Reinvertir en el mejoramiento salarial de los docentes los ahorros que se pudieran producir por la modernización de las administraciones provinciales; y VI) La Reforma, aprobada en el Consejo Federal de Educación, del Régimen Laboral de las Provincias. La propuesta de la actual administración retoma algunos de estos temas y abre otros. En cuanto a carrera docente, incluye el fortalecimiento de los concursos y la apertura del universo de participantes, flexibilizando las limitaciones estatutarias respecto a quienes pueden presentarse. Mantiene la realización de la selección en la escuela. Por otra parte, propone ampliar las competencias a ser evaluadas, incluyendo también el perfil de conducción, y hacer más eficientes los mecanismos de verificación de la idoneidad docente. Los elementos comunes de ambas propuestas en cuanto a regulaciones del quehacer docente son: a) descentralizar las designaciones docentes y dar mayor participación a los directores de escuela en la selección del personal; b) tender a un sistema de concentración horaria para el nivel secundario de modo de disminuir las tendencias a la dispersión en las pertenencias institucionales de los docentes; y c) hacer más eficiente el sistema de control sobre los pedidos de licencia y ausentismos docentes (Tiramonti, 2001: 47). En ninguno de los dos casos, la propuesta de modificación de la carrera docente ha sido acompañada de una reorganización de la tarea escolar de modo de establecer un espectro diferenciado de funciones y responsabilidades que a la vez que dan cuenta de nuevos modos de enseñar y aprender, se asocien a nuevas responsabilidades y sus consiguientes incrementos salariales. Un sistema basado en una carrera escalar constituye una propuesta de superación de las tradiciones formas de pago que elude las dificultades del pago por resultados de aprendizaje de los alumnos. Es una propuesta que provee incentivos para los docentes que eligen progresar en su carrera sin que tengan que abandonar el aula. Por supuesto su aplicación exige un cambio en los modos de evaluación y el abordaje de modificaciones organizativas (Tiramonti, 2001: 48). En Chile, en los años 80, bajo el régimen militar, la política oficial tendió a la desrregulación del trabajo docente, a fin de crear en este ámbito un libre mercado competitivo. Esto explica el hecho que el traspaso de los establecimientos públicos del Ministerio de Educación a las municipalidades no fuera acompañado de la conversión del personal de ellos de la condición de funcionarios de la administración central a la condición de funcionarios de la administración municipal, sino a la condición de trabajadores bajo régimen privado, por ese entonces ampliamente liberalizado. La misma condición mantuvieron los docentes de los establecimientos privados que, en número fueron creciendo mientras disminuía la proporción de docentes que servían en establecimientos públicos. Al comenzar la década del 90, el nuevo régimen democrático asumió una política de “continuidad y cambio” hacia los docentes, expresada inicialmente en la dictación del Estatuto de los Profesionales de la Educación, ya analizado (Mizala y Romaguera (2001: 5-10). En él, se respeta el régimen laboral privado para los docentes de ese sector, con algunas definiciones, normas y derechos propios de la profesión docente y distintas del común de los trabajadores privados. 33 Además de algunas normas salariales comunes a todos los docentes, se reconoció legalmente el carácter profesional de la docencia al conjunto de los docentes públicos o privados, y se definieron tres funciones profesionales: la docencia de aula, la función directiva y las funciones técnicas de apoyo, radicadas en los establecimientos de todo nivel. Se estatuyó para todos los docentes el derecho al perfeccionamiento o capacitación, fomentado por el Estado, la autonomía profesional de los docentes de aula y el derecho a la participación consultiva y decisoria en algunos asuntos profesionales. Se reguló también la distribución interna de los horarios de contrato de todos los docentes de aula, estableciendo una proporción de 75% máximo de horas lectivas y un mínimo de 25% del horario dedicado a las llamadas “actividades curriculares no lectivas. A partir de esta plataforma común de derechos y beneficios para toda la profesión, la política docente expresada en el Estatuto, distinguió tratamientos diferenciados para el sector municipal y para el sector privado (Mizala y Romaguera, 2001: 9). Los fundamentos de la nueva regulación fueron: i) estimular el carácter profesional de la función docente; ii) contribuir al mejoramiento de la calidad de la educación; iii) proporcionar una estabilidad laboral que fuera compatible con una gestión descentralizada, flexible y responsable de escuelas y liceos; iv) disminuir las disparidades que afectan la oferta de una educación de calidad para todos los sectores, y v) mejorar la deteriorada situación salarial de los docentes (Núñez, 2001: 16),. Respecto al personal docente municipal, si bien el Estatuto no lo retornó al régimen funcionario estatal existente antes de 1980, le repuso una serie de derechos y beneficios propios de los servidores públicos y reguló los procedimientos de ingreso por concurso público a las dotaciones docentes municipales, instituyó un régimen de calificaciones del comportamiento funcionario y profesional (que nunca se ha aplicado por resistencia de las organizaciones de docentes), estableció una estructura salarial común de alcance nacional que da origen a una “sui generis” carrera docente en que se privilegia la antigüedad, y fijó las normas para poner término a los contratos. Dichas norma, en realidad, establecieron un régimen de inamovilidad, que fue acremente criticado por todos los partidarios de la flexibilidad laboral. El resultado fue una reforma legal que, en 1995 instituyó un régimen de estabilidad laboral, que dificulta pero no hace imposibles los ajustes de dotaciones por razones de buena gestión. En cuanto al personal docente del sector privado, como ya se señaló, se le colocó en un régimen de flexibilidad, aunque con protecciones de las que carecen los trabajadores de la economía privada, como el fuerte desincentivo a los despidos durante el año escolar, las proporciones entre trabajo lectivo y no lectivo al interior de todo horario contratado, la exigencia de titulo docente para el desempeño y otras. Con posterioridad a la aprobación del Estatuto en 1991 y a su reforma de 1995, no ha habido prácticamente modificaciones a su articulado. La política regulatoria se ha desarrollado más bien por vías paralelas, con el desarrollo de programas de formación inicial y en servicio, con el establecimiento de incentivos simbólicos y remuneracionales y con los acuerdos recientes para fundar un sistema de evaluación del desempeño profesional con efectos de premio, corrección o superación. Para el caso uruguayo, la política de la reforma respecto a la regulación de los docentes ha optado por mantener una carrera docente tradicional, centrada en la antigüedad y en la opción a 34 cargos directivos como ascenso. En cambio, ha preferido intervenir a través de los incentivos contenidos en los programas especiales, para enfrentar el problema de la rotatividad y de la distribución regresiva de los maestros en las escuelas, además de intervenir en el mejoramiento de la calidad de quienes ingresan a la carrera y de la formación misma, como se detallará más adelante. Dichos incentivos y los cambios en la formación, que son recientes, no han tenido efectos respecto al desempeño mismo de los maestros, tema que sigue pendiente en Uruguay. 3.3 POLITICAS DE ESTIMULO A LA FORMACIÓN Y CAPACITACION: En Argentina, en las últimas décadas todavía están presentes los ecos de tres “tradiciones”: i) la tradición “normalista” que, arraigada en las escuelas normales, ha tenido un carácter prescriptivomoralizador, que propone la identidad de la docencia como “apostolado” y que valoriza la vocación como guía del accionar en el aula; ii) la tradición “técnica”, que está sustentada en el énfasis en el desarrollo de saberes instrumentales, que tiende a romper la ligazón de la teoría y la práctica y aceptar una división técnica del trabajo entre “los que piensan” (planificadores) y “los que ejecutan” (docentes); y la tradición “académica”, que propone una formación disciplinaria sólida, que lleva a colocar la formación pedagógica en un segundo plano; esta última tendencia ha tenido fuerte arraigo en las universidades y aún se sostiene en pensamientos tales como “se aprende a ser docente dando clases” (Aguerrondo, 1998). Actualmente coexisten en el sistema formador de docentes, diferentes tipos de instituciones, de acuerdo con su origen o anterior dependencia: i) ex ”escuelas normales”, hoy denominadas Escuelas Normales Superiores (de nivel superior desde 1968); ii) Institutos de Enseñanza Superior (IES), que forman docentes para la enseñanza media; iii) Institutos Provinciales de Formación Docente; iv) Institutos terciarios de formación docente y técnica; y v) Universidades. Estas entidades, de distintas dependencias y que forman docentes para diferentes niveles del sistema educativo, son aproximadamente 1.000; la mayor parte son públicas y el sector privado representa un 36% de la oferta. En ellas, 23.000 docentes atendían en 1998 a 158.000 estudiantes. Los ingresantes a las instituciones registraron un descenso de 1990 a 1993 y un posterior incremento entre 1994 y 1995. De cualquier forma la matrícula se ha duplicado en el período 1990-1995 (Aguerrondo, 1998). A partir de la transformación educativa de los 90, todas las instituciones se han integrado en la Red Federal de Formación Docente Continua y, según acuerdos del Consejo Federal de Cultura y Educación, todas ellas deben ocuparse de funciones de formación inicial, capacitación en servicio e investigación educativa. De todas maneras, las instituciones se diferencian por sus historias institucionales y dependencia administrativa y por sus ofertas de formación. Así, por ejemplo, la instituciones terciarias no universitarias, responden a la “tradición normalista”, mientras que las instituciones universitarias de formación responden a la “tradición académica”, todo lo cual se ha visualizado como generación de circuitos de calidad diferenciada (Aguerrondo, 1998). Además, está presente la “impronta del nivel medio” que permanece en aquellas instituciones que se basan en la matriz normalista. Así, en estas instituciones se reproducen y perpetúan ciertos 35 problemas propios de la escuela secundaria, tales como la rigidez y el verticalismo en las estructuras institucionales o el trato a los alumnos de nivel terciario similar a los de nivel medio. Los planes de estudio han sido poco flexibles y los contenidos de la formación, desactualizados y alejados de la realidad. Aunque hay institutos que preparan profesores para la educación media, su organización y carácter es similar a la de los dedicados a la formación para el nivel primario y, aunque ubicados en el nivel terciario, no tienen la lógica institucional propia del nivel universitario y, aunque se preocupan de qué y cómo enseñar, por lo general no se ocupan de generar conocimientos. Otro problema del sector es la cantidad y calidad de los títulos que se otorgan. Para primaria se ha otorgado históricamente el título de Maestro y para secundaria, el de Profesor, relativo a una determinada disciplina. Pero con el tiempo ha aparecido una variedad de títulos, que combinan dos o más disciplinas. Pero también han aparecido títulos asociados a materias de enseñanza más que a campos académicos específicos. La reforma curricular ha complicado aún más el problema, al reorganizar y redefinir las materias tradicionales, dejando a muchos de los existentes 1.700 títulos en discrepancia con las asignaturas del plan de estudio escolar. Por otra parte, en la distribución de las instituciones formadoras en las provincias, en muchos casos se observa superposición de la oferta dentro de una misma zona. Además de un exceso de instituciones, se ha constatado un desequilibrio en relación con la cantidad de egresados, que hacia 1998, era calculada en un promedio de 14,6 egresados anuales por institución. También ha habido desequilibrios como el hecho que el 75% de las instituciones forma docentes para los niveles inicial y primario y sólo el resto prepare para el nivel secundario. De esta forma, mientras hay exceso de docentes formados para el nivel primario, en el nivel secundario el 50% de los profesores no tiene el título adecuado (Aguerrondo, 1998). Sobre este diagnóstico han operado las políticas de reforma. En efecto, la transferencia y la transformación educativa implicó otros desafíos y requerimientos, cuya búsqueda de solución se examinará más adelante. Ya antes de 1993, hubo experiencias que intentaban cambiar el sistema de formación docente. En 1987, el Proyecto Maestros para la Enseñanza Básica, intentó crear en las instituciones un distinto ámbito de formación, que sin haberse consolidado ni permanecido, dio origen a ensayos pedagógicos específicos en algunas provincias. Más tarde, se desarrolló el Programa de Transformación de la Formación Docente, que cubrió once provincias y una cincuentena de Escuelas Normales Superiores, sin intervenir en los institutos que forman docentes para el nivel medio. La Ley Federal de Educación de 1993 y más indirectamente la Ley de Educación Superior de 1995 (aplicable a las Universidades y también a los institutos terciarios no universitarios), han llevado a un proceso de transformación gradual y progresiva de la formación docente. Basándose en el texto legal de 1993, se ha entendido la formación como “continua” y se ha responsabilizado a las instituciones no sólo de la formación inicial y el título habilitante, sino también del desarrollo profesional a lo largo de toda la carrera de los docentes. 36 Se ha planteado la organización de las instituciones alrededor de tres funciones: i) la formación inicial; ii) la capacitación en servicio; y iii) la tarea de investigación y desarrollo. Esta última, la más novedosa en las instituciones terciarias, se apoyará en la fuerte conexión con las prácticas docentes que significa la presencia de los maestros y profesores en las instituciones, a efecto de participar en los procesos de capacitación. Los curricula de la formación docente han debido reformularse. Coincidiendo con el esfuerzo de formular los Contenidos Básicos Comunes para el sistema escolar, se han generado los Contenidos Curriculares Básicos para todas las instituciones de formación, incluidas las universitarias. Estos se organizan en tres grandes campos; formación general, formación especializada y formación orientada. El primero corresponde a lo que tradicionalmente se ha llamado formación pedagógica. El segundo, se refiere al conocimiento del sujeto-alumno. El tercero, corresponde a las materias a enseñar en el desempeño profesional. Para los docentes que profesarán en la llamada EGB3 y en el ciclo Polimodal, la formación orientada se centra en una sola disciplina. Los contenidos de esta última deberán ser en alta proporción los mismos propios de la disciplina enseñada en la correspondiente licenciatura universitaria. De este modo, se consigue un doble efecto: facilitar que los alumnos de institutos terciarios puedan continuar estudiando la disciplina en la Universidad y, por otra parte, abrir un campo ocupacional a los Licenciados universitarios, que pueden obtener en forma más expedita el título de Profesor para enseñar en EGB y/o en el Polimodal. En lo relativo a los títulos docentes, se ha propuesto que se relacionen con una disciplina académica y no necesariamente con las áreas de la nueva organización curricular de los ciclos escolares. Así se posibilita una mayor flexibilidad para la renovación curricular (Aguerrrondo, 1998). Toda esta propuesta de reorganización de la formación docente, se ha ido acordando e implementando gradualmente, a través de complejas negociaciones políticas y de procesos técnicos que han involucrado al Ministerio de Educación de la Nación, al Consejo Federal de Educación y a los Ministerios Provinciales y a los equipos técnicos de estos últimos. No debe olvidarse que la aprobación de Contenidos Básicos Curriculares no supone automáticamente la elaboración de los diseños curriculares más detallados y específicos, en los cuales se involucran fuertemente las instituciones formadoras mismas. Agrega complejidad a la implementación político-técnica de esta reforma la necesidad de la acreditación de la calidad académica de las instituciones, tema en el cual en Argentina hay una débil tradición. (Aguerrondo, 1998). En materia de capacitación docente en Argentina, la transformación educativa ha incluido una política que parte de una situación inicial que se esboza a continuación. Un primer rasgo de la capacitación antes de los años 90 era su disyunción respecto a la formación inicial de docentes. Las instituciones encargadas de la capacitación eran diferentes de las encargadas de la formación inicial. Por otra parte, no había una adecuada orientación y direccionamiento oficial y la capacitación tenía a los estatutos docentes nacional y de las provincias, como principal dispositivo regulador y como fuente de demanda. La capacitación se 37 ha dado por lo general en formato de cursos, que acreditan puntajes cuya acumulación favorece el ascenso en la carrera, las posibilidades de adquirir la condición de docente titular y la promoción a cargos de mayor jerarquía (Serra, 2001: 11). La cobertura de la capacitación había evolucionado desde aproximadamente 8% de los docentes en cada año, en el período 1970-1974 a cifras en torno al 60% en 1994 (“Censo Nacional de Docentes y Establecimientos Educativos, citado por Serra, 2001: 13), con una distribución heterogénea por niveles educativos y sobre todo, por provincias. Hasta dos décadas atrás, la preparación de los docentes estuvo fuertemente centrada en su formación inicial o de grado, previa a su ingreso al puesto de trabajo. Esto implicaba concebir a la formación inicial como el continente de todo el saber relevante para la páctica profesional, mientras que la capacitación era considerada como algo secundarios, ligada particularmente a la incorporación de innovaciones, dentro de una perspectiva individual de carrera docente (Serra, 2001:14). Sin embargo, como ya se ha referido, hacia fines de la década de 1980 y principios de la de 1990, la capacitación docente empezó a ser discutida políticamente en el marco de la formación docente en general, bajo el concepto de formación docente continua. De estos debates emergió o se difundió un consenso en torno de la necesidad de: 1) organizar una red de instituciones que integrara la formación inicial y capacitación; y 2) la ampliación del rol de los Institutos de Formación Docente, que debían incorporar la capacitación como una de sus funciones. Estos lineamientos de política se plasmaron en la resolución 9 del Consejo Federal de Cultura y Educación, de 1990, que determinó que la formación docente sería un proceso “continuo que incluye formación, capacitación, especialización, actualización y perfeccionamiento” (Artículo 2) y que debería desarrollarse en el nivel terciario (Artículo 1) (Serra, 2001: 15). En 1991, el ya mencionado Programa de Transformación de la Formación Docente, avanzó en el diseño de una red de formación y capacitación y sirvió de fundamento del articulado sobre Formación Docente en la Ley Federal de Educación de 1993. En la indicada Ley, se estatuyó el derecho de los docentes a la capacitación, actualización y nueva formación en servicio y se encargó al Ministerio de Educación la función de “promover y organizar concertadamente en el ámbito del Consejo Federal de Cultura y Educación, una red de formación, perfeccionamiento y actualización del personal docente y no docente del sistema educativo nacional.” Un Acuerdo del referido Consejo, junto con ratificar el carácter continuo de la formación docente, la dividió en las siguientes instancias: 1. Formación de grado; 2. Perfeccionamiento docente en actividad; 3. Capacitación de graduados docentes para nuevos roles profesionales; y 4. Capacitación pedagógica de graduados no docentes. Por su parte, la Red estaría formada por los “institutos de formación, universidades nacionales y provinciales, centros de investigación pedagógica y perfeccionamiento docente, de gestión oficial y privada y organismos intergubernamentales e internacionales.” (Serra, 2001: 19). En un sentido más conceptual, la ley definió al perfeccionamiento en actividad como una revisión crítica de los problemas que presentan las prácticas pedagógicas y apunta, a través de su análisis, 38 al fortalecimiento de la tarea, y a inducir nuevas motivaciones y actitudes profesionales. Debe, por lo tanto, ser un proceso incorporado a la definición misma del trabajo docente.” Además estipula que “perfeccionamiento institucionalizado significa que se realiza en el lugar y horario de trabajo o fuera de ese horario con remuneración por horas; que abarca a todo el personal docente, sin erogación por su parte; que comporta un reconocimiento profesional, social y laboral por los resultados del perfeccionamiento” (Serra, 2001:19). La coordinación nacional de la Red fue encargada a la Secretaría de Programación y Evaluación Educativa del Ministerio nacional, se definieron cabeceras provinciales de la Red y se organizaron “circuitos de capacitación, para la educación inicial, para el Primero y Segundo Ciclo de la EGB, para el Tercer Ciclo y otro para la Educación Polimodal; además se crearon circuitos para los directores y supervisores y un Programa de Actualización Disiciplinar para Profesores de Profesorado. Otros programas se dedicaron a apoyar la capacitación mediante la dotación de “bibliotecas profesionales docentes” y mediante una Red Electrónica Federal de Formación Docente Continua (Serra, 2001:21). El esfuerzo de montaje de la nueva oferta debía financiarse con los recursos consignados en el Pacto Federal Educativo, con vigencia entre 1995 y 1999, durante el cual el Ministerio nacional financiaría hasta un 80% de la inversión necesaria en las provincias, con un monto de $3.000.000 para los cinco años. Entre los años indicados, la oferta de capacitación alcanzó a 810.951 cursantes, de los cuales un 92% aprobó y un 8% reprobó o abandonó. Esta cantidad de cursantes representa a 295.888 docentes (Serra, 2001: 39). Aunque los objetivos formales de la oferta de capacitación fueron varios, en los hechos la temática de los cursos para los docentes de grado se redujo a promover la apropiación de los nuevos contenidos curriculares que estaba introduciéndose en el sistema escolar. La relación entre el esfuerzo oficial de capacitación y los docentes mismos, es compleja. En el hecho, los docentes fueron destinatarios o receptores de la oferta de capacitación, pero no se les consideró de modo alguno como participantes en alguna etapa de la formulación de los proyectos ni en la selección de los tema y contenidos de la capacitación, responsabilidad que asumieron los especialistas. Estos se arrogaron la representación de los docentes, en la medida en que la capacitación fue entendida como “reconversión”, en la cual el docente “no sabe” y el especialista debe ocupar su lugar en las definiciones sustantivas (Serra, 2001: 36). Por otra parte, la capacitación se relacionó con la amenaza a la estabilidad laboral que, en la percepción de los docentes, suponía el incumplimiento de la capacitación prevista. El miedo a la pérdida del trabajo, condujo a una carrera por la obtención de créditos como fórmula para conjurar esa pérdida (Feldfeber, 1999, citado por Serra, 2001:37). En otros términos, la imagen de inestabilidad operó como”incentivo” a la realización de los cursos, lo cual fue confirmado por una investigación del IIPE, según la cual el 60% de los docentes declaró sentirse inseguro o muy inseguro en su puesto de trabajo (Serra, 2001: 37). 39 Al mismo tiempo, los estatutos provinciales continuaron en plena vigencia, por lo cual la titularización y el ascenso continuaron regulándose por el orden de mérito representado por el puntaje, a su turno asociado a la realización de cursos de capacitación. “En suma, la reducción de la propuesta de capacitación realizada por el estado nacional a los aspectos curriculares, expresados en los esfuerzos por promover la `calidad de la oferta´, sumados al discurso de la reconversión, entró en contradicción con el objetivo también explicitado de profesionalizar y jerarquizar a los docentes, pivote de las propuestas de mejoramiento de la calidad. El mismo diseño de la política de capacitación, que tomó a los docentes como destinatarios-objeto excluyéndolos de toda participación, refuerza la hipótesis del control como su objetivo manifiesto, más allá de los explicitados” (Serra, 2001: 38). Al mismo tiempo, la preocupación de la política por la accesibilidad de la capacitación, su gratuidad y la definición de criterios técnicos de calidad, se corresponden con históricas demandas de los docentes. La investigación realizada por el IIPE en el 2000, indica que más de la mitad de los docentes (el 52,4%) manifiesta su acuerdo con la Red Federal de Formación de Docente Continua, y más de un tercio opinó lo contrario. El informe del IIPE encontró que respecto a la modalidad de capacitación, un 68,3% se concentró en la opción “cursos formales presenciales”. Sin embargo, esta preferencia de los maestros no coincide con el hecho que el 92% de la oferta de capacitación se dio en esta opción. La diferencia entre ambas cifras es indicativa de que importantes porcentajes de los docentes reivindican otras modalidades de capacitación (Serra, 2001: 38-39). En relación con el tipo de instituciones para el desarrollo de la capacitación, las opiniones de los docentes resultaron polarizadas: 49,3% confían en las universidades, mientras el 46,1% lo hacen en los institutos superiores no universitarios, mientras que sólo una minoría optó por los otros tipos institucionales (Serra, 2001: 39). Respecto a los campos temáticos, los de mayor aceptación en una escala de 1 a 10 fueron: “estrategias, métodos y didácticas” (promedio 8,6); relaciones sociales y humanas” (8,0); “problemas relativos a contenidos de la enseñanza” (7,9); “psicología y cultura de los alumnos” (7,7); y “nuevas tecnologías de la información” (7,5). La localización de las actividades de capacitación también fue evaluada por el informe del IIPE, estableciéndose que más del 90% considera que el propio lugar de trabajo debe incluirse como espacio de la capacitación y de éste un 47% opina que el mismo lugar de trabajo es el más apropiado, mientras que un 44,3% estimó que lo mejor sería un programa que combine el lugar de trabajo con una institución externa. (Serra, 2001: 40). En conclusión, se ha dicho que la descrita política de capacitación es la primera de esta naturaleza. La propuesta de delinear una estructura de capacitación permanente – la Red – y establecer criterios de calidad de la oferta a nivel nacional, es totalmente innovadora en Argentina. Es claro, además, que la envergadura de la capacitación realizada puso en circulación un conjunto de saberes de mucho valor para el conjunto del sistema. Quedan, sin embargo, cuestiones a resolver, como el grado de institucionalización efectiva de las estructuras y procesos de capacitación en cada provincia, en el contexto de reducción de los aportes del estado nacional (Serra, 2001: 41). 40 En Chile, el régimen militar concentró la formación inicial de docentes en las Universidades, aunque en Universidades empobrecidas, dentro de las cuales las carreras pedagógicas a su turno eran las áreas más deterioradas (Núñez, 2001: 15). Por su parte el régimen democrático, en los seis o siete primeros años de la década de los 90, prácticamente no tuvo una política integrada y coherente respecto a la formación inicial (Avalos, 2001: 1; Núñez, 2001, 20), aunque reconocía y reconoce que necesita a los docentes como implementadores de sus programas y acciones de reforma y estimula innovaciones respecto a su preparación para estas tareas. No obstante, desde comienzos de la década se contabilizaron diversas intervenciones a favor de la formación de los docentes en servicio. Por una parte, el reconocimiento estatutario al derecho al “perfeccionamiento” o capacitación y la fundación de una asignación salarial por actividades de capacitación acumulada por los docentes, lo cual implicaba una orientación convencional que podía llevar a la distorsión de considerar el perfeccionamiento como un mecanismo para incrementar salarios y que, además, estimulaba un “mercado de perfeccionamiento” no siempre ajustado a los requerimientos reales del sistema y de los maestros y profesores. Por otra parte, hubo de hecho una política no convencional de capacitación: la temprana inclusión de componentes de “perfeccionamiento docente” en los programas de mejoramiento de la calidad educativa que han tenido de común su desarrollo situado en las escuelas y liceos mismos, con carácter activo-participativo, con apoyo ministerial intencionado a la reforma y con ligazón estrecha con los requerimientos diversificados de la práctica de enseñanza y aprendizaje. Este tipo de capacitación ha ido derivando en “desarrollo profesional docente”, en la medida que se ha configurado desde 1996, la política general de “fortalecimiento de la profesión docente”, como uno de los componentes centrales de la entonces formalizada reforma educativa chilena (Avalos, 2001:4-10: Núñez, 2001: 23). Las experiencias chilenas de “desarrollo profesional docente” se pueden clasificar en 1. las que se establecen al interior de los distintos programas de reforma, 2. aquellas generales que se desarrollan en apoyo de una necesidad inmediata de comunicación y aprendizaje nuevo o de ampliar visiones y conceptos de la enseñanza, y 3. las de continuidad del sistema y que responden al concepto tradicional de “perfeccionamiento” En el primer grupo se sitúan actividades situadas en la escuela o en grupos de escuelas, se constituyen como “comunidades discursivas de pares”, se refieren a un contenido de enseñanza o a sectores interdisciplinarios, o tienen una finalidad precisa, como es la introducción de la informática (Avalos, 2001: 9) Entre otras, se han desarrollado las siguientes: Los “Comités Comunales” para el desarrollo profesional de las/los docentes de la educación parvularia o inicial, funcionan en la jurisdicción comunal y no necesariamente en las escuelas, pero se focalizan en los contenidos y procesos para trabajar en los distintos tipos de instituciones pre-escolares. Son reuniones de docentes facilitadas por las supervisoras y funcionan con materiales destinados a ser experimentados en el aula. Los “Talleres de preparación para el Programa ENLACES de Informática Educativa” han logrado capacitar un promedio de 20 profesores por establecimiento durante dos años, en un 41 programa de 100 horas de capacitación, a cargo de 1000 capacitadores provenientes de la red de asistencia técnica operada por más de veinte universidades en todo el territorio. Los Talleres del Profesores en las escuelas del Programa de Mejoramiento de la Calidad de la Educación Básica en zonas de pobreza, conocido como Programa de las 900 Escuelas (P-900), tienen como objetivo facilitar acciones de reflexión y aprendizaje de los docentes, en reuniones semanales asistidos por los supervisores técnico-pedagógicos del Ministerio de Educación. En ellas, trabajan con materiales para la enseñanza de Lenguaje y Matemática y discuten y prueban estrategias de enseñanza y evaluación, reflexionan sobre sus logros y comparten sus problemas. Los Talleres funcionan en forma bastante sistemática, son acreditados por el Centro de Perfeccionamiento del Ministerio de Educación y sus participantes son evaluados para recibir certificaciones que dan puntaje para gozas de la asignación estatutaria por perfeccionamiento acumulado (Avalos, 2001: 11). Los Microcentros de Coordinación Pedagógica del Programa de Educación Básica Rural son instancias de desarrollo profesional de 8 a 12 maestros/as de escuelas rurales multigrado, que se reúnen una vez al mes en algunas de las escuelas donde enseñan. Allí los docentes trabajan asistidos por los supervisores del Ministerio, en situaciones de colaboración en torno al diseño de actividades curriculares, intercambio de experiencias e información sobre formas o enfoques novedosos de enseñanza o sobre materiales curriculares nuevos. Además, estos grupos preparan y frecuentemente obtienen apoyo estatal a sus Proyectos de Mejoramiento Educativo de Microcentros, en los concursos nacionales de proyectos de mejoramiento por escuela o liceo (Avalos, 2001: 12). Los Grupos Profesionales de Trabajo, GPT, surgieron como parte del Programa de Mejoramiento de la Calidad de la Educación Media (MECE-Media). Se trata de organizaciones de trabajo colectivo de profesores según disciplinas, al interior de los establecimientos de enseñanza secundaria subvencionados. También con la participación de los correspondientes supervisores técnicos ministeriales y con un set de materiales estimulantes, los Grupos se han centrado en la comprensión metodológica de las diversas áreas curriculares y en la preparación de sus propios materiales curriculares. Al mismo tiempo, en su desarrollo, los GPT han ido generando publicaciones (“Páginas Didácticas”) y también 87 redes pedagógicas de profesores de las especialidades en comunas circundantes, con correspondientes encuentros (Avalos, 2001: 12). Los Talleres del P-900, como los Microcentros rurales, se fundaron en 1992 y se incrementaron progresivamente hasta universalizarse en 1997 (dentro del correspondiente segmento de docentes: 9% de los docentes de básica, en el caso del P-900; 9% del mismo conjunto en el caso de básica rural), mientras que los GPT tienen una alta cobertura de profesores en todos los liceos municipales y particulares subvencionados ( 90%). En cuanto a la capacitación en informática educativa, su cobertura va siguiendo el ritmo de incremento de la Red ENLACES, que ya ha incorporado a todos los establecimientos secundarios subvencionados y a más de la mitad de los establecimientos de educación básica, lo que al año 2001 significa 70.000 profesores en capacitación (aproximadamente la mitad del universo correspondiente). Los tres primeros programas referidos, en su dimensión de desarrollo profesional de los docentes, experimentan una tensión entre una “intención sistémica”, que busca introducir efectivamente los 42 componentes de reforma, y una “intención educadora”, que busca producir cambios en los profesores mismos y en su desempeño. Esta última orientación, al proponer cambios en la base cognitiva de los profesores/as, cambios en la forma como asume sus tareas y en su capacidad de auto-analizarse y de revisar o rediseñar sus prácticas docentes si es necesario, es también más difícil de evaluar. En los Talleres del P-900 y en los Microcentros rurales esa tensión ha sido más fuerte y evaluaciones realizadas, denotan cierta resistencia de los docentes a algún sesgo de los supervisores a limitarse a propagar la reforma. En cambio, en los GPT., desde su origen, la intencionalidad educativa ha sido más fuerte, aunque recientemente ha surgido la tendencia a que los GPT se involucren en la participación en otras tareas de la reforma educacional (Avalos, 2001: 13-14). El segundo grupo de actividades de capacitación, “para apoyar necesidades de comunicación o aprendizaje de nuevos conocimientos y estrategias”, se ha expresado en el masivo Programa de Perfeccionamiento Fundamental (PPF), establecido dentro de la reforma a partir de 1997. Aunque inicialmente se concibió con una finalidad más amplia, en la práctica es un programa con duración acotada destinado a informar a los docentes sobre los nuevos programas de estudio de la educación básica y media (puestos en vigencia progresivamente entre 1997 y el año 2002, en que los doce grados del sistema escolar tendrán en aplicación el nuevo currículo) y a apoyar la apropiación y comprensión de los nuevos instrumentos. Año a año, el grueso de la tarea se cumple con cursos en las vacaciones de verano, pero se prolonga en actividades de seguimiento durante el año lectivo próximo. La ejecución de los cursos, que cada año convoca a varias decenas de miles de docentes (38.821 en 1999; 46.791 en 2.000, y 47.961, en 2001), es encargada por el Ministerio de Educación a Universidades u otros organismos competentes para atender poblaciones docentes a lo largo de todo el territorio, mediante el mecanismo de concurso/licitación (Avalos, 2001: 9). Secundariamente (por la cantidad de participantes, no así por su significación), se ha establecido desde 1997 el Programa de Becas al Exterior para Docentes en servicio, más conocido como “pasantías”. Cada año un grupo de profesores es seleccionado para viajar a diversos centros internacionales, sobre la base de una propuesta de foco de interés que cada docente hace. Se organizan para ellos estadías en grupo, especialmente convenidas y preparadas, para observar y estudiar el tema de interés común. El programa se ha complementado con oportunidades para realizar estudios de postítulo en temas específicos en una combinación de etapas en Chile y estudios en el exterior (Avalos, 2001: 10). Al presente han participado en el Programa 4.138 docentes. Respecto al tercer grupo y paralelamente a las ya esbozadas actividades de capacitación, el Ministerio continuó realizando “actividades tradicionales de perfeccionamiento”, a través de su Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas, CPEIP, fundado en 1967. Estas actividades comprenden cursos a distancia, perfeccionamiento presencial y otras (por ejemplo, el CPEIP participa en la oferta de cursos del PPF., haciéndose cargo de la atención de los docentes de las zonas que las Universidades u otros organismos no se interesan por atender). Los cursos a distancia son pagados por los docentes participantes y se estructuran sobre la base de material de apoyo (principalmente escrito), talleres semanales de discusión pedagógica y asesoría en terreno de parte del profesor responsable del diseño del curso. El perfeccionamiento presencial se realiza en el ámbito de la región o provincia según demanda temática de los docentes (Avalos, 2001: 10). 43 A las ofertas estatales anotadas, hay que sumar las múltiples ofertas que provienen del mercado privado de capacitación o perfeccionamiento docente instalado en Chile desde los años 80, mercado en el que participan Universidades, organismos académicos independientes, municipios, entidades gremiales de sostenedores (empleadores de docentes y otras, sobre la base de dos incentivos complementarios: por una parte, estimula la oferta el pago de aranceles por los docentes interesados; e incentiva la demanda el hecho que el Estatuto docente, desde 1991, creó la asignación salarial por perfeccionamiento acumulado para los docentes del sector municipal; en virtud de la oportunidad de acceder a este sobresueldo y gracias a la elevación progresiva de sus remuneraciones, los docentes chilenos están en mejor disposición para pagar por cursos de perfeccionamiento, sea que los consideren una forma de inversión rentable, sea que tengan interés profesional por realizarlos o una combinación de ambos intereses. Por otra parte, desde la promulgación del Estatuto, el mercado libre de perfeccionamiento está intervenido o regulado por la función de “acreditación” que cumple el Centro ministerial de perfeccionamiento (el CPEIP). Sólo los cursos reconocidos por éste permiten acumular puntaje válido para acceder a la asignación salarial referida. En consecuencia, la gran mayoría de los cursos de libre mercado tienen que ajustarse a estándares de calidad y demostrar “pertinencia”, si desean acceder a la capacidad de pago de los docentes. En todo caso, es tema debatible la medida en que la oferta de perfeccionamiento respeta efectivamente los estándares, dado que el CPEIP no tiene suficiente calidad de supervisión al respecto. La política de fortalecimiento del profesionalismo magisterial, además de diversas expresiones ya relatadas en cuanto al mejoramiento salarial y al establecimiento de inventivos simbólicos y económicos, está recuperando el tiempo en cuanto a formación inicial de docentes en Chile. Desde 1997 o 1998, se está implementando un ambicioso programa de estímulo a la reforma y mejoramiento de la formación inicial de docentes, en una inédita alianza entre las Universidades autónomas que forman maestros y el gobierno nacional. Dicha iniciativa incluye también la fundación de un sistema de becas para atraer a las carreras pedagógicas a estudiantes de excelencia, con resultados favorables a los que han contribuido también los cambios en la imagen pública de la profesión docente, inducidos por el paquete de intervenciones que comprende la política de “fortalecimiento de la profesión docente.” (Avalos, 2001: 15-22). Como ya se ha señalado, la formación inicial de docentes tiene en Chile una matriz histórica de “primera o temprana profesionalización” a través del modelo normalista para la educación primaria y el singular modelo “instituto pedagógico” originado tempranamente en el ámbito universitario. Las dos institucionalidades de formación permitieron enfrentar con relativa eficacia las demandas de provisión de docentes calificados que exigió la expansión educacional del siglo XX, a la vez que proveían un perfil de docentes adaptados a la condición funcionaria y al rol técnico de ejecución que fue el prevaleciente hasta hace poco. La supresión de las escuelas normales por la dictadura de Pinochet en 1973 y la concentración de la formación inicial en Universidades vigiladas y empobrecidas, así como la apertura transitoria a formación en institutos profesionales no universitarios (hasta 1990), junto a la imposición de mecanismos de competitividad en la educación superior, fueron condiciones fundantes de una crisis de formación cuyo enfrentamiento por el Estado se postergó hasta la segunda mitad de la década de los años 90. 44 Transcurridos seis años en que sólo hubo política de facto para la formación en servicio, se anunció la asignación estatal de un fondo competitivo ( por alrededor de US$ 30 millones a invertir en cuatro años), para fortalecer la formación inicial docente. Esta transformación se enfrentó de un modo muy distinto al de otros programas de reforma y acciones de formación continua. Se estimuló a las instituciones formadoras a presentar proyectos de cambio y se adjudicó su financiamiento en forma diferenciada según calidad de los proyectos y características de las instituciones, a 17 programas universitarios a lo largo del país, que cubren a aproximadamente el 78% de estudiantes de carreras de magisterio. Una vez adjudicados los fondos, comenzó un proceso (a terminar a fines de 2001), en que para su realización, los proyectos fueron alimentados y recreados en reuniones colaborativas intra e interuniversidades, mediante apoyo y monitoreo de un equipo ministerial central y mediante contactos con programas y académicos extranjeros. Cada uno de los proyectos fue evaluado formativamente a medio término, por académicos externos y también por el Ministerio de Hacienda (Avalos, 2001: 17). Característico de este programa es que el concurso no se insertó en una formulación oficial de política de formación docente inicial sino sobre bases encaminadas a considerar cambios y mejoramientos en los currículos, en los académicos o docentes formadores y en una relación más estrecha entre institución formadora y reforma educacional y sistema escolar adyacente a cada institución. Se reconoció también la importancia de la calidad de entrada de los postulantes a las carreras de pedagogía, para lo cual se asignó un fondo de becas destinado a estudiantes meritorios que se matricularan en ellas. Más allá de esto, las instituciones pidieron diseñar sus proyectos libremente y con los énfasis que juzgaran apropiados (Avalos, 2001: 17). No es posible aún considerar resultados en cuanto a calidad de desempeño docente o calidad docente de los profesores egresados. No hay cohortes egresadas que hayan experimentado el total de los procesos de reforma y, en particular, que hayan vivido todo el nuevo currículo de formación. Pero, las evaluaciones formativas de medio término (entre los años 1999 y 2000) han entregado información sobre elementos de cambio potentes y sobre áreas en que todavía hay bastante que avanzar. Los nudos problemáticos más importantes siguen estando en el área curricular. Si bien se han realizado modificaciones importantes como la reducción del número de asignaturas, focalización de los contenidos en temas claves y generativos de otros conocimientos, todas las instituciones reconocen que hay necesidad de más trabajo para producir mejora sustancial. Se reconoce también que hay que buscar mejores fórmulas para producir un cambio generacional en un cuerpo de formadores que supera los 55 años promedio de edad (Avalos, 2001: 22). Por su parte, la evaluación externa encargada por el Ministerio de Hacienda de Chile, juzgó que las líneas del Programa ( en los 17 proyectos) que aparecen con mayores avances son las de mejoramiento de infraestructura y equipamiento y las de mejoramiento curricular en función de una disminución de la carga lectiva y un aumento de las horas dedicadas a la práctica profesional, gradualmente incorporada a lo largo de los años de formación del futuro profesor. En un segundo nivel de avance se encontraría el perfeccionamiento académico de los formadores, para el cual se han realizado variadas actividades (pasantías, seminarios, estudios de postgrado, asistencia técnica, etc.). Pero no hay antecedentes que permitan precisar la calidad de las mismas ni su impacto en la transformación de las prácticas de los docentes de las instituciones. Finalmente, 45 hay pocos antecedentes respecto al nivel de logro de las actividades tendientes al mejoramiento de la calidad de los alumnos (Avalos, 2001: 23). Tal vez el mayor resultado cuantificable y una fuente importante de esperanzas respecto a un mejoramiento gradual del desempeño de los docentes en Chile, es la reversión a partir del año 1998 de la tendencia al decrecimiento en número y calidad de los estudiantes que ingresaban a las distintas carreras de pedagogía. Efectivamente, entre ese año y 2001, la cantidad de alumnos matriculados aumentó en un 15%, como también aumentaron los puntajes de los estudiantes que han ingresado (calificaciones de la educación secundaria y resultados en la Prueba de Aptitud Académica, que sirve para seleccionar a los estudiantes universitarios en el país). El Programa complementario de Becas para Estudiantes Destacados que Ingresan a las Carreras de Pedagogía también aumentó en cantidad y calidad de los becarios (Avalos, 2001: 23-24). La evaluación formativa de maestros y profesores que se empieza a debatir e implementar (Avalos, 2001: 23-25; Núñez, 2001: 40), el masivo empleo de la tecnología informática, el incentivo a los desempeños de excelencia en el aula y la próxima constitución de una novedosa “red de maestros de maestros”, junto a las pasantías en el extranjero y al interior del país, son signos de una nueva manera de abordar los problemas de la formación continua o en servicio (Núñez, 2001: 40). Con todo, el desarrollo profesional de la docencia en Chile todavía tiene insuficiencias y desafíos apenas enfrentados. En Uruguay, en 1977, se habían creado 21 Institutos de Formación Docente (IFD),que buscaban una modalidad de descentralización de esta función. Los IFD proporcionaron títulos magisteriales y la posibilidad, para los estudiantes de profesorado, de realizar el “bloque común” de asignaturas en régimen presencial. Los exámenes de las materias “especiales” deberían rendirse en la capital en calidad de libres. Esta modalidad de descentralización resultó ser, sin embargo, tímida e incompleta. En efecto, el importante proceso de desprofesionalización del cuerpo de profesores de Educación Secundaria, asociado, entre otros aspectos a la baja titulación de los Institutos de Formación Docente y a las altas tasas de retiros, así como también al explosivo crecimiento de la matrícula escolar en la enseñanza secundaria registrado a partir de fines de los 80, constituían algunos de los rasgos más preocupantes de la educación uruguaya. La escasez de docentes titulados fue enfrentada a través del acortamiento de la formación de maestros a tres años, lo cual fue positivo porque el número de estudiantes que ingresaron a las carreras de magisterio se duplicó entre 1995 y 1999. Por otra parte, han sufrido variaciones los requisitos de ingreso a los institutos de formación y hubo un aumento de 7% en los salarios docentes entre 1995 y 1997 (aunque en este último año estaban un 12% más bajos de los valores máximos registrados en el período 1985-1997). Además, la expansión del número de plazas para maestros tiene lugar en un contexto en que el desempleo en 1997, alcanzaba a 11,4%, contra un 8,3% en 1993. También ha contribuido al incremento de las carreras de magisterio, el mayor acceso a la educación terciaria de estudiantes provenientes de sectores socioeconómicos más bajos y la alta participación femenina en el mercado de trabajo (Filgueira, 2001: 19-21). 46 En un plano cualitativo, la tradicional concentración de la formación docente en el Instituto de Profesores Artigas, IPA, sumado al escaso impacto de los IFD, en tanto estrategia de descentralización, implicaban en los hechos, que el problema de la ausencia de un cuerpo de docentes con un nivel aceptable de formación afectaba en forma mucho más crítica al interior del país que a Montevideo (Gerencia de Planeamiento y Evaluación de la Gestión Educativa de ANEP, citada por Llanes, 2001: 4). En 1996, la Administración Nacional de la Educación Pública del Uruguay se planteó las siguientes metas para el quinquenio, en materia de formación de docentes: i) triplicar el número de egresos anuales de las carreras de profesorado, desde 121 a 363, en 1999; ii) formar 1440 profesores para la educación secundaria a través de un régimen intensivo de estudio; iii) formar 720 profesores para la educación técnico profesional a través de un régimen intensivo de estudio; iv) capacitar en servicio 2.700 profesores no titulados de educación secundaria; v) capacitar en servicio 1.600 profesores no titulados de educación técnico-profesional; vi) capacitar mediante modalidad semipresencial a 13.000 estudiantes y docentes de los institutos de formación docente; y vii) brindar cursos de actualización en todos los Institutos de Formación Docente (Llanes, 2001: 2). La Reforma agregó, entre 1997 y el 2000, un modelo efectivamente descentralizado de formación, a través de la inauguración escalonada de seis Centros Regionales de Profesores, CERP que, a diferencia de los restantes centros de formación docente, no dependen directamente de la Dirección de Formación y Perfeccionamiento Docente, sino de la Secretaría de Capacitación y Perfeccionamiento Docente (Errandonea, 2001: 39). Entre los motivos que llevaron a la creación de los CERP se destacan la escasez de docentes: hacia 1995 se requerían egreso de 750 profesores anuales, pero el Instituto de Profesores Artigas y los IFD no producían más de 250 (los 21 IFD del interior no producían 22 titulados anuales). A ello se sumaba la centralización en Montevideo de la formación docente para la enseñanza media. El régimen curricular de los CERP, introdujo varias innovaciones frente al curriculum del Instituto de Profesores Artigas, IPA, y de los IFD: i) mayor carga horaria de los CERP respecto al IPA: 4.800 contra 2.400 horas en la totalidad del ciclo; ii) carreras de duración de tres años en los CERP (sin embargo más intensivas) frente a cuatro en el IPA; iii) ocho horas diarias en los CERP, respecto a regímenes del IPA y IFD que permiten compatibilizar trabajo y estudio, iv) concentración en ocho profesorados en los CERP, respecto a 17 especialidades en el IPA; v) organización curricular que en los CERP parte con materias más generales para especializarse progresivamente en segundo y tercer año, versus, contenidos específicos desde primer año en el IPA y en los IFD; vi) carga horaria relativamente importante en materias instrumentales como inglés e informática en los CERP; y v) práctica docente concentrada en un año en los CERP, mientras que en el IPA se extiende por tres años (Errandonea, 2001: 40). Al crearse los CERP, se implementó un sistema de becas para sus estudiantes, que cubre el traslado, la alimentación y el alojamiento de los estudiantes de la región. Con esto se trata de captar a jóvenes que, si bien tienen vocación y condiciones para la docencia, no pueden cursar la carrera debido a limitaciones económicas. El programa prevé 60 becas por cohorte (en la cual la matrícula máxima prevista es de 160 alumnos por generación), lo que significa 180 becas en cada CERP (la suma de cursos 1°, 2° y 3°) y 900 becas en el total de 5 CERP (Llanes, 2001: 7). 47 En cuanto a la calidad de la enseñanza en los CERP, pueden indicarse las siguientes condiciones favorables: el régimen de estudios “full time”, la formación en grupos pequeños, con atención más personalizada; y la calidad de los docentes formadores. En efecto, los docentes de los CERP, después de seleccionarse en un concurso por méritos, en que era requisito ser egresados del IPA o haber obtenido un título universitario cumplieron un curso de capacitación de 240 horas, de las cuales 180 correspondieron a actualización disciplinar, mientras que las 60 restantes se dedicaron a la temática pedagógica. Los formadores deben cumplir jornada de dedicación completa en el CERP. De sus 40 horas de permanencia, unas 20 se dedican al dictado de clases y las restantes a atención de consultas de los estudiantes, preparación de clases, diseño de materiales didácticos, corrección, búsqueda bibliográfica, coordinación con otros docentes, intervenciones en la práctica docente en liceos o escuelas técnicas y otras. Estas condiciones de desempeño van acompañadas de una remuneración buena, de acuerdo a los estándares docentes el país (Errandonea, 2001: 41). En cuanto a formación en servicio o capacitación, en Uruguay, diversos textos oficiales incorporan la capacitación y el perfeccionamiento docente como objetivos cardinales de la Reforma iniciada en 1995. Así, para la educación inicial se han realizado seis cursos de actualización en este nivel, dirigidos a los directores comunes de escuela y se han efectuado también cursos para maestros y directores, relativos a gestión institucional. El Programa MECAEP, para la educación primaria, ha brindado posibilidades de capacitación para 11.000 docentes, a quienes se les paga por este concepto. En la educación secundaria común, se ha hecho formación intensiva para los profesores del Ciclo Básico Piloto (Plan 1996) y capacitación para los profesores no titulados del interior del país. En la educación técnico-profesional se ha capacitado a más de 1.500 docentes. En el nivel de instituciones de formación docente, como ya se refirió, se ofreció un programa de capacitación a los futuros profesores de los CERP y otro de fortalecimiento de la formación didácticopedagógica para los docentes que se desempeñan en INET (Errandonea, 2001: 25-26, 27, 29, 32, 35, 36 y 41). En resumen y comparativamente: En los tres países, se ha partido de una matriz histórica de formación inicial de los docentes primarios en las escuelas normales, elevadas al nivel terciario o universitario (en el caso de Chile), en distintos momentos de las últimas cuatro décadas, a la que suman distintas fórmulas también históricas de formación de docentes secundarios, sea en instituciones post-secundarias en o fuera de las Universidades. Mientras en el polo uruguayo, la formación de docentes es una responsabilidad directa del Estado, que la ejerce conforme a parámetros de centralización/desconcentración funcional y territorial, en el polo chileno la formación es fuertemente descentralizada, mientras que en el caso argentino parece entrarse a una situación de transición. En efecto, mientras que la intervención del Estado nacional en Chile se limita a instalar marcos normativos y orientaciones muy amplias y respetuosas de la autonomía de las instituciones formadoras (públicas y privadas) y a proveer recursos financieros para estimular mejoramientos y transformaciones, en Argentina el Estado 48 nacional ha operado con marcos legales más imperativos, con orientaciones más fuertes que las chilenas, pero con una lógica de “red” que expresa también una tendencia descentralizadora. También puede enfocarse el estado de la formación docente desde el ángulo de la uniformidad o la pluralidad de opciones institucionales y curriculares. Quedó atrás la homogeneidad formal de los sistemas históricos de formación (que escondían desigualdades y segmentaciones poco reconocidas). Al presente, en los países rioplatenses hay una amplia diversidad institucional y también curricular (quizás más en Argentina que en Uruguay). Paradojalmente, Chile, el país con un modelo educacional más descentralizado y competitivo parece ofrecer un solo esquema institucional: la carrera de formación al interior de las universidades. Pero éstas tienen en sí mismas una amplia diversidad para albergar la formación magisterial, que va desde universidades privadas sin aporte estatal, universidades privadas con aportes estatales y universidades públicas, clasificación que se hace compleja con los tamaños, las localizaciones territoriales o metropolitanas, las historias y proyectos institucionales, etc. por lo que en Chile también hay diversidad de orientaciones y calidades. En materia de formación inicial, Argentina y Chile han preferido respetar el tipo de instituciones pre-existentes (una pluralidad de instituciones post-secundarias que van desde Escuelas Normales Superiores hasta Universidades y en el caso de Chile, Universidades) y trabajar al interior de ellas, en tanto que en Uruguay, junto con mantener parte de las instituciones pre-existentes, se optó por priorizar la fundación de los CERP, como la concreción prioritaria de la política de formación. La diversidad de los regímenes de formación y de organización curricular también está presente en los tres países. En este sentido, el régimen “full time” de los CERP uruguayo está más cerca de las jornadas de dedicación completa o casi completa en las Universidades chilenas que de las otras instituciones formadoras uruguayas o de la Argentina. La tensión entre la formación disciplinaria y la formación pedagógica, muy fuerte en las carreras que conducen al profesorado secundario, está presente en los tres países y da origen a debates y a experiencias diversas. Otro rasgo común es la tendencia de las políticas públicas a asumir el carácter continuo de la formación docente. En este sentido, Argentina es un polo, por haberlo reconocido legalmente, por haber construido la Red de Formación Docente Continua y por la implicación de las instituciones de formación inicial en los esfuerzos de capacitación en servicio o perfeccionamiento. En el caso chileno, quizás por efecto del pragmatismo de la reforma educacional en este país y por su opción por inducir cambios y después declararlos y codificarlos, de hecho, las mismas instituciones formadoras son pivotes de ambas dimensiones de la formación, la inicial y la continua, mientras que el Ministerio de Educación de este país las articula más débilmente. Es variable la funcionalidad de la formación docente respecto a los diversos desafíos de las reformas educativas en los países considerados. Mientras en Argentina y en Chile los cambios en la formación están más basados en consideraciones de calidad, eficiencia y equidad, en Uruguay han sido muy fuertes las demandas por proveer personal calificado a un sistema escolar fuertemente expansivo. 49 Lo anterior, sin embargo, reconoce matices. En Chile, a lo largo de la década de los 90 ni se ha producido una fuerte expansión de la matrícula escolar, ni ha habido necesidad de recurrir en escala importante a personal no titulado (como se cuantificó en la sección 2.2). Así, el propósito general ha sido más bien de fortalecer un “mejor profesionalismo” del stock de docentes titulados. En Argentina y en Uruguay, en cambio, se ha producido un importante proceso de “desprofesionalización”, en el sentido de porcentajes preocupantes de docentes sin formación ni título, especialmente en la educación secundaria. En Argentina y Uruguay, la dimensión curricular de las transformaciones educativas, ha generado la necesidad de revisar el curriculum mismo de formación inicial y continua de docentes y de alinearlo con los cambios en los contenidos trasmitidos en la red escolar. En Chile, las exigencias de las nuevas propuestas pedagógicas y curriculares de la reforma han pesado más sobre la formación en servicio que sobre la formación inicial. A esta última se le ha pedido más mejoramiento de calidad y entronque con la pedagogía asociada a la reforma, que adaptación a sus cambios curriculares. Por lo mismo, son significativos en Chile las experiencias de formación en servicio situadas localmente, asociadas a una reflexión sobre las propias prácticas y ligadas a la innovación. En los tres países ha pesado también el criterio de equidad social. Las becas para el ingreso de estudiantes destacados en Chile y principalmente la fundación de los CERP en Uruguay, con su localización geográfica y con sus prestaciones a los estudiantes, son expresivas de la atención al criterio de equidad. 3.4 RELACIÓN ENTRE LOS GREMIOS Y LA DEFINICIÓN E IMPLEMENTACIÓN DE LAS POLÍTICAS HACIA LOS DOCENTES: Con mucho de común con las dinámicas de los otros dos países, en Argentina se ha dado “una historia de cooperación conflictiva”, en la cual el sector docente y sus representantes sindicales están doblemente ligados a la organización inclusiva de la sociedad y a su instancia de dominación. Las organizaciones gremiales deben su existencia a la expansión de las clases medias que demandaron del Estado una permanente ampliación de los servicios educativos. A su vez los docentes se incorporaron a la estructura de dominación a través de su activa participación en el proceso de normalización del sector y regulación de la actividad de sus miembros” (Tiramonti, 2001: 33-34) En etapas históricas, el gremialismo docente, impregnado del espíritu normalista, no se inscribió en el sindicalismo fortalecido de los años 40, de la era peronista. En cambio, orientó su reivindicación a favor de la regulación de una carrera docente con independencia de los favoritismos políticos y las pertenencias partidarias. Al mismo tiempo mantuvo una demanda por la ampliación de la red pública de educación ... y sostuvo además una permanente reivindicación del carácter laico de la educación (Tiramonti, 2001: 34). A lo anterior se agrega una demanda de participación en la definición de las políticas del sector. Los estatutos docentes de los años cincuenta y posteriores plasmaron el programa neo-corporativo del gremialismo docente de la época. Pero más tarde, los sindicatos abandonan la etapa de constitución de su base social a través de luchas por la normalización de la actividad docente y el establecimiento de las reglas de 50 funcionamiento y control del campo (Estatutos Docentes) y avanzan en luchas reivindicativas que desplazan su foco de atención desde la regulación a la disputa por los recursos y las condiciones de desempeño. Ambos procesos están atravesados por el conflicto. Así, la dinámica para la distribución de los recursos fue exacerbada y profundizada por el fenómeno inflacionario, que marcó profundamente las estrategias de los actores y definió las lógicas que ordenaron el campo de las fuerzas sociales (Tiramonti, 2001: 35). Pero en los últimos años, la Argentina ha pasado por un proceso de reestructuración que rediseña el campo para los diferentes actores y modifica las reglas de juego para los sindicatos docentes. Al presente: i) no es el Estado el principal agente estructurador del campo ni es la lógica política la que prevalece a la hora de distribuir los recursos; ii) han surgido nuevos agentes en la prestación de los servicios educativos y nuevas formas de gestión que modifican las fronteras entre lo público y lo privado; iii) el campo decisional está fragmentado: la globalización y los procesos de descentralización han generado también una fragmentación de los espacios de negociación política; iv) se ha producido un descreimiento general hacia la acción política, que afecta la legitimidad de las organizaciones en su juego de portadores de los intereses de los representados; v) se modifican los modelos de organización y de cooperación social, desplazándose los modelos jerárquicos por los de autorregulación, etc. (Tiramonti, 2001: 37-40) Más específicamente, la amenaza de la exclusión condiciona fuertemente las demandas de la población y con ello las estrategias y los discursos de las organizaciones que pretenden su representación. El sector social en que actualmente se reclutan los docentes y que constituyen la base de representación del sindicalismo magisterial, proviene en una proporción cercana al 30% de los sectores más bajos de la escala de ingresos que están fuertemente amenazados por los riesgos de la exclusión y la desocupación. En este contexto surgen nuevas motivaciones para la acción docente, que se asocian a la necesidad de evitar un destino laboral en el mercado informal. Por otra parte, la docencia ha pasado a ser en los años 90 una actividad relativamente protegida de las tendencias excluyentes del mercado (Tiramonti, 2001: 41). Dada esta situación, se puede sostener que los sindicatos docentes están atravesados por exigencias contradictorias. Algunas tensionan a favor del cambio de sus estrategias para adaptarse a las exigencias de un orden societal que organiza la cooperación en base a la auto regulación y la autonomía. Por otra parte representan una población vulnerable que encuentra en las tendencias de desregulación una amenaza a su condición de trabajador protegido. En este marco, si bien las dirigencias docentes están de acuerdo en la necesidad de las reformas, discrepan con el modelo organizacional que subyace, en el cual el sindicalismo docente no encuentra su lugar. Los puntos más fuertes del desacuerdo y sus sentidos son: a) oposición de los gremios docentes a los procesos de descentralización y privatización porque fragmentan el escenario en que se ha desarrollado el sindicalismo y porque ponen en cuestión el modelo piramidal de organización de los gremios; a ello se agrega que el carácter público de la educación permite a los docentes incluirse entre los funcionarios estatales protegidos; b) desacuerdo con la introducción de sistemas de evaluación, que son considerados mecanismos de control, además de establecer premios y castigos, quiebran la homogeneidad de la base social del sindicalismo y dificultan la demanda agregada de intereses; c) rechazo al carácter “inconsulto” de las reformas, como eco del derecho a la participación que se adquirió en una fase neo-corporativa que ya está en desintegración; d) resistencia a avalar cambios en las normativas regulatorias, que pueden 51 revertir condiciones obtenidas anteriormente por la mediación sindical, muchas de las cuales son derechos adquiridos a cambio de la degradación de los salarios sin que medien ofertas de recuperación salarial (Tiramonti, 2001: 43). En este contexto, el sindicalismo docente en Argentina intenta construir nuevas estrategias que le permita recuperar los espacios perdidos. Por una parte, se intenta ampliar el espectro de alianzas y temáticas que entran en la agenda de cuestiones planteadas por el sindicalismo. En concreto, se plantean todos aquellos temas que impactan directa o indirectamente en la tarea escolar y en las condiciones de desempeño docente. Al mismo tiempo, se busca ampliar el espectro de alianzas de modo de incluir docentes de todos los niveles educativos, intelectuales, académicos y organizaciones sociales no gubernamentales de todo tipo (Tiramonti, 2001: 43). A raíz de esta búsqueda y del carácter mediático de la esfera pública, los sindicatos desarrollan políticas destinadas a acceder a los medios de comunicación masiva e impactar en la opinión pública. La instalación de la “carpa blanca” por la Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina, CTERA, es una expresión muy clara de esta nueva estrategia. Por otra parte, los sindicatos han incorporado estrategias destinadas a proporcionar capacitación a los docentes para que estos puedan dar respuesta a la carrera por los puntajes. Al mismo tiempo, la atención a las exigencias del mercado también obliga al desarrollo de capacidad técnica en los gremios docentes. Con relación a ello, se han constituido departamentos de investigación y se tiende a la incorporación vía contrato de un activo técnicamente calificado. Esta es una estrategia incipiente, que no ha podido fructificar en un fortalecimiento de la capacidad de negociación y construcción de propuestas por parte de los sindicatos (Tiramonti, 2001: 44). Pero al mismo tiempo, los sindicatos mantienen sus tradicionales estrategias de confrontación con el estado, de asociación con el conjunto del movimiento obrero al que agregan un discurso en defensa de los sectores más vulnerables de la población... Finalmente, se mantienen las estrategias de negociación con el poder político que en más de un caso se traducen en una participación activa de miembros del sindicato en cargos de gobierno y en la definición de las políticas para el sector. El caso de la Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba en la actualidad ejemplifica muy bien esta situación (Tiramonti, 2001: 44). En Chile, el sindicalismo docente es de temprano origen y estuvo asociado a la “simbiosis docentes-Estado” que, como en el caso argentino toma forma de una “integración conflictiva”. La incapacidad del Estado protector anterior a 1973 para remunerar y beneficiar adecuadamente al magisterio, llevó a la constitución de organizaciones docentes desde comienzos del siglo XX. Llevó también a que el Estado compensara su dificultad para otorgar remuneraciones adecuadas, con la institución de espacios de participación de las organizaciones docentes en la generación de las políticas educativas. Todo ello se interrumpió con la instauración del régimen militar, que rompió la simbiosis, desactivó al sindicalismo docente pero no logró erradicar una larga tradición de “cultura gremial docente” (Núñez, 2001: 3). Ya durante los últimos años de la dictadura, se había reconstituido la organización sindical docente y demandado del nuevo gobierno democrático que se remediasen los deterioros de la condición docente y se repusiese la condición de funcionarios públicos a los docentes del sector municipal. La respuesta de las nuevas autoridades fue la dictación del Estatuto de los 52 Profesionales de la Educación, consultado con los docentes y discutido ampliamente en las cámaras legislativas. El nuevo régimen democrático no concordó con la organización gremial el retorno de las escuelas y los docentes a la administración ministerial, ni repuso una estructura tradicional de carrera docente ni ofreció de inmediato un mejoramiento salarial de la cuantía que exigían los docentes, sino un programa gradual que pareció insuficiente y lento al gremio. Sin embargo, el contexto de transición política a la democracia no llevó a un activismo docente exacerbado. Hubo conflicto y negociaciones, pero se mantuvieron a lo largo de la década en términos comparativamente moderados. Esto no significa que la organización de los docentes haya dejado de cumplir un rol crítico y demandante. Un congreso magisterial de 1997 codificó el “malestar docente” (Núñez, 2001: 24-27). Probablemente por efecto de la imagen que proponen los dirigentes magisteriales y también por efecto de una extraña divergencia entre percepciones de los docentes y los datos empíricos aportados por la investigación (Mizala y Romaguera, 2001: 16), hay en la opinión pública chilena un juicio sobre remuneraciones docentes y otros aspectos de la condición docente, que se perciben como deteriorados. En Chile, la consistencia, persistencia y amplitud de la política oficial de “fortalecimiento de la profesión docente”, no logra convencer plenamente a maestros y profesores, pero tampoco existe un rechazo radical a la reforma y a la política hacia los docentes, como lo demuestran los resultados de diversas encuestas (Mizala y Romaguera, 2001: 13-16; Núñez, 2001: 31-33) . Otro proceso significativo en la participación de la organización docente radica en un inédito giro hacia prácticas propias de una organización profesional, sin que ello implique abandono de las funciones tradicionales del sindicalismo reivindicativo. Además de una diversificación de las temáticas hacia enfoques y demandas de política educacional, de ensayar el desarrollo de un movimiento de investigación e innovación pedagógica propio y de una aceptación del enfoque del trabajo docente como profesión, la conducción de la organización docente en los últimos años ha pasado de posturas de rechazo a posturas de proposición y de estrategias de movilización activa a estrategias de negociación y búsqueda de acuerdos. Probablemente, esta combinación de tendencias y prácticas pueda interpretarse a la luz del enfoque de Tiramonti para el caso argentino, sobre la tensión entre una organización que tiende a la autorregulación y la autonomía, y el temor a la exclusión. Esta sensación, en una escala menor, quizás afecte al segmento del magisterio chileno de menor capital cultural, que se ubica en los estratos medio-bajos o que no ha logrado insertarse en los sectores más protegidos de la docencia (Núñez, 2001: 39). En el caso de Uruguay, el sindicalismo docente tiene también una larga tradición. A comienzos de la década de los 70 entró en una dinámica de activismo y confrontación, al punto que se le atribuye responsabilidad a las huelgas docentes el desplazamiento de partes de las clases medias desde la escuela pública a la privada (Errandonea, 2201: 5). Obviamente, la dictadura militar significó la destrucción del sindicalismo histórico y la destitución de sus dirigentes y militantes más activos. La restauración de la democracia permitió la reorganización de las organizaciones magisteriales, a lo cual contribuyó la restitución de los docentes destituidos (que, a diferencia de países como Chile, fueron indemnizados por el Estado). Paralelamente, la Ley de Educación Nº 15.739, estipuló entre otras normas, la creación de cuatro “Asambleas Técnico-Docentes”, ATD, al interior de la estructura del gobierno del sistema 53 escolar, para dar “voz” al magisterio en el entorno de los Consejos desconcentrados que administran las diversas ramas o niveles de la educación pública (Errandonea, 2001: 6). En un marco de aplazamiento de una respuesta eficaz a los problemas relacionados con la eficiencia dignidad profesional, calidad y adecuación curricular de la enseñanza oficial, en la no se resuelven los problemas de base ni se discuten las posibles vías de solución estructural al sistema, se desarrolla la restauración democrática. Uno de los procesos asociados fue el activismo rebelde de los gremios estudiantiles de Secundaria y Universidad, que se retroalimentó con la movilización de los gremios de la Coordinadora de Sindicatos de la Enseñanza del Uruguay, protagonista de varios paros por “presupuesto” y “dignificación de la profesión docente”, en el lapso 1985-1989. En este último año, los gremios de la enseñanza se declararon en conflicto. Hacia fines de ese año, maestros y profesores lanzaron una huelga que hizo mella en el gobierno de la época, perjudicando la votación del partido gobernante en las urnas (Errandonea, 2001: 910). Esto empujó al siguiente gobierno a adoptar políticas más proactivas en educación, entre otras, e encargar los estudios diagnósticos que conducirían en 1995 a la reforma encabezada por Germán Rama. A mediados de los años 90, el informe de CEPAL sobre la educación uruguaya fue la derrota, al menos parcial de al idea que sustentaban los sindicatos de la enseñanza: “a mayor presupuesto, mejor enseñanza”. Aunque carente de sustento técnico, es idea gozaba del favor de docentes, padres de estudiantes. Gradualmente esa idea fue sustituida por la noción que sólo in “paquete de medidas” podrá soluciona el complejo panorama de la educación. También fue cancelada por el informe otra idea que gozaba de amplio consensos: “un aumento considerable de salarios sería decisivo para la dignificación de la formación y de la función docentes. La investigación de la CEPAL demostraba que la situación del deterioro de la carrera docente era un fenómeno multidimensional que incluía diversos tipos de soluciones, entre otros la salarial (Errandonea, 2001: 15). La reforma consiguiente al Informe de CEPAL contó con un consenso casi unánime de la clase política pero, una vez instalado su liderazgo, sufrió un boicot de parte de algunas de las Asambleas Técnico-Docentes y de los gremios de la enseñanza, especialmente de Secundaria, Formación Técnio-Profesional y Formación Docente. Una parte de los argumentos de la resistencia docente fue de índole procedimental. Los gremios denunciaron el carácter “autoritario” de la reforma, por no consultar a las ATD y las inspecciones docentes, de alto protagonismo en el mandato anterior. La nuevas autoridades mantuvieron una línea de conducta que apoyaron en la Constitución, y la reivindicación de obtener una mayor participación en la formulación y aplicación de la reforma por parte de las ATD no fue satisfecha. Los sindicatos docentes también impugnaron lo que consideraban concentración excesiva de funciones por parte del CODICEN (Consejo Directivo Central de la administración escolar), en detrimento de los grados de autonomía de los órganos desconcentrados. Argumentaron que, según el mandato constitucional, no correspondía que órganos desconcentrados operaran en los hechos como si fueran órganos subordinados. Hubo otras críticas de parte de la docencia. Pero ninguna se dirigió contra el carácter “Estadocéntrico” de la reforma ni contra su carácter aconfesional. Tampoco nadie discutió el 54 mantenimiento de los fines universales del Estado, en oposición a las políticas “focalizadas” en educación. Esta etapa culminó en diciembre de 1995, con un llamamiento de la Asociación de Docentes de la Enseñanza Secundaria (ADES) a desobedecer los lineamientos definidos por el CODICEN a quien se declaró “enemigo de la educación pública” (Errandonea, 2001: 23). Durante los años 1996 y 1997, los sindicatos docentes enfrentaron duramente a la reforma, contando con la militante participación de los gremios estudiantiles, en huelgas y ocupaciones de centros de enseñanza. Sin embargo, el extremismo de algunas medidas sindicales llevó, por ejemplo a la desagremiación masiva de los docentes agrupados en ADES y a la desobediencia de sectores disidentes. Los gremios quedaron seriamente debilitados por sus propios problemas internos y por la acción de la reforma, que incorporó a un segmento de la dirigencia sindical y del círculo más activo de las ATD (Errandonea, 2001: 23-24). En síntesis: sobre la base de una histórica asociación conflictiva entre Estado docente y sindicalismo magisterial, éste pudo desarrollarse con fuerza a lo largo del siglo XX, aunque en los tres países las dictaduras militares entronizadas en los años 70, rompieron dicha asociación. Al retorno de la democracia, la relación predominante entre el sindicalismo y el Estado, ha sido la separación cuando no la confrontación, que en todo caso ha sido más marcada en Argentina y Uruguay que en Chile. Con todo, en los tres países, en las últimas décadas, el sindicalismo docente ha tenido una presencia ponderable en el escenario social y educacional. En todos los casos, el gremialismo de la enseñanza es parte importante del sindicalismo general y la ideología laboralista y la identidad “trabajador de la educación” persiste, con más fuerza en Argentina y Uruguay que en Chile, en que la identificación “profesional” ha ido ganando fuerza simbólica y fáctica. La disputa en el plano de los recursos, con argumentos como “a mayor presupuesto mejor calidad de la educación”, dentro del cual los salarios ocupan el primer plano de la agenda de las organizaciones magisteriales, ha dejado menor espacio a demandas o propuestas en el plano más propiamente educativo o curricular. Esto admite matices, como la postura crítica de los gremios uruguayos hacia la reforma, estrategia que también se ha dado en Chile pero que recientemente empieza a girar hacia una aceptación que mantiene también tonos críticos. En los tres casos, el gremialismo docente no ha participado en la gestación de las políticas educativas, pero ha tenido voz en los debates que las acompañan. Esa voz se ha manifestado con más fuerza y consistencia en el orden de los cambios institucionales: la defensa de la educación pública, del Estado docente y de la tradición central-burocrática. Ha sido más débil en el orden propiamente profesional, de la formación, de los cambios curriculares o pedagógicos La amenaza imaginaria o real de una remodelación de la educación según parámetros de mercado, la percepción que las tendencias de flexibilización del mercado laboral docente son atentatorias y excluyentes, no sólo respecto a los intereses de los maestros y profesores sino a la existencia misma de las propias organizaciones, llevan a éstas en distintos grados a una actitud defensiva. Las dificultades coyunturales del financiamiento público hacen de esa actitud mucho más beligerante en Argentina y Uruguay que en Chile. En este último caso, el mejoramiento 55 salarial gradual, sostenido, aunque todavía insatisfactorio, y la consolidación de una reforma educativa que necesita el concurso de todos los docentes, está cambiando la agenda. En los tres países se ha disputado no sólo respecto al monto y progresión de los salarios, sino también a su composición. Mientras los gobiernos tienden a proponer reestructuraciones que los hagan más funcionales a las necesidades de la gestión reformista (y a consideraciones de eficiencia en el gasto), entre las cuales se destaca la diferenciación por calidad del desempeño, los sindicatos tienden a mantener el tradicional criterio de homogeneidad y universalismo en los mejoramientos y a defender una carrera magisterial organizada en torno a la jerarquización funcionaria. En este sentido, el funcionamiento ya consolidado en Chile de un incentivo al trabajo de los colectivos docentes por escuela y los recientes acuerdos entre gobierno y organización magisterial en torno a evaluación y la institución legal de incentivos individuales a los docentes de aula, constituyen una perspectiva inédita en la sub-región. También es inédita la tendencia, todavía incipiente, en Argentina y Chile, a buscar respaldo técnico al accionar de las organizaciones gremiales. En el mismo sentido, en ambos países hay iniciales experiencias de emprender en el marco de ellas, actividades de formación continua y de reflexión a investigación acerca de las propias prácticas y problemas de la docencia. Esto parece indicar una tendencia incipiente a un sindicalismo que empieza a sustentarse más en el conocimiento empírico que en la ideología, así como acercarse a un ethos profesional y a la concertación más que al enfrentamiento. Esta tendencia dependerá mucho de la evolución de la base material y financiera de la política educativa y de la capacidad de los liderazgos reformistas para ofertar los mejoramientos básicos que posibiliten la seducción del sindicalismo magisterial hacia nuevas formas de inclusión y alianza. 4. A MODO DE CIERRE: A continuación, se intenta resumir los rasgos más resaltantes de la condición docente y de las correspondientes políticas públicas, en los tres países involucrados, para luego proponer algunas conclusiones generales del ejercicio comparativo. Argentina La naturaleza del trabajo docente y su estatus profesional se encuentran fuertemente afectados por las transformaciones socio-económicas y culturales y por las reformas educativas. Aunque comparativamente los salarios docentes se han deteriorado, todavía el magisterio se encuentra dentro de los sectores laborales protegidos y más regulados. En una mirada más cercana a los salarios de los docentes, se observa, en primer lugar, una gran heterogeneidad de las estructuras salariales, según las provincias. Con todo, las estructuras 56 estudiadas muestran que sobre salarios de base problemáticos en su definición, se articulan asignaciones adicionales muy diversas, que tienden a privilegiar la antigüedad y la responsabilidad. El sindicalismo docente esta tensionado por representar a un magisterio que siente que las tendencias de desrregulación amenazan su condición laboral protegida y por otra parte, por tener que adaptarse a un ordenamiento societal que favorece la autorregulación y la autonomía. En este contexto, abandona las luchas por influir en la regulación estatutaria de la docencia y tiende a disputar confrontacionalmente los recursos asignados y las condiciones de desempeño de la misma. La política educativa de los 90 se ha propuesto modernizar el sistema de enseñanza, a través de la adopción de un modelo de gestión concordante con el paradigma de descentralización de las acciones, desplazamiento de las responsabilidades hacia la base del sistema y concentración de los dispositivos de regulación en el Estado Nacional. Se intenta modificar los estatutos y generar una nueva carrera docente y más específicamente, introducir incentivos monetarios que correlacionen aumentos salariales y rendimiento docente, descentralizar los procesos de selección de personal docente y basarlos en el concurso público, y homogeneizar las estructuras salariales vigentes en las diversas provincias. Chile: La condición docente en Chile está evolucionando de una situación de deterioro y de desrregulación y desprofesionalización a otra que favorece la profesionalización del quehacer docente. El marco de este proceso es una efectiva prioridad gubernamental concedida a la educación y una reforma educativa consistentemente orientada a elevar la calidad de los aprendizajes Después de haber introducido regulaciones legales que compatibilizan una responsabilidad gubernamental en el mejoramiento de la condición docente y una gestión descentralizada del personal, y junto con invertir persistentemente en el mejoramiento salarial, la reforma educacional chilena tiene como de sus ejes un esfuerzo complejo de desarrollo profesional, que combina el fortalecimiento de la formación inicial con múltiples y masivos programas no convencionales de capacitación y perfeccionamiento en servicio. Al presente, se transita desde la elevación de las remuneraciones generales a la diferenciación de las mismas, incluyendo incentivos al desempeño colectivo de los equipos docentes y estímulo al desempeño individual de los profesores de aula, lo que supone mecanismos de evaluación ya instalados o de próxima instalación. El mejoramiento de la condición docente durante los años 90 puede explicarse por una sostenida política pública de mejoramiento de dicha condición, unida a una importante presencia de un sindicalismo docente que transita desde comportamientos tradicionales a comportamientos más compatibles con el profesionalismo magisterial. 57 Uruguay: La reforma educativa se encuentra con fuertes limitaciones estructurales para el mejoramiento de la docencia: deterioro de los ingresos y estatus, carácter de la carrera, basada en la antigüedad y ascensos que implican abandonar el aula, sumada a una distribución regresiva de los docentes entre los diversos tipos de escuelas. Lo anterior hace del cambio en el desempeño docente una tarea difícil y de largo plazo. La reforma educativa, en vez de revisar drásticamente la carrera y los incentivos ha optado por mejorar la composición del cuerpo docente, mediante intervenciones en la formación inicial, e introducir incentivos destinados a frenar la rotatividad y a mejorar la distribución de los maestros en las escuelas. Los incentivos se dirigen no tanto a mejorar los desempeños, lo que implicaría reformar también los mecanismos tradicionales de evaluación. Rasgos comunes y matices distintivos: En los tres países se observan procesos de modernización de la gestión, con diversos grados de descentralización, que son profundos y consolidados en Argentina y Chile En general, la condición docente es insatisfactoria, con grados y matices en los tres países. Es insatisfactoria, en primer lugar, para las reformas educacionales, en su dimensión curricular y pedagógica. Las reformas han entendido que la condición docente es un obstáculo a sus posibilidades de éxito y, con distinta suerte y a través de diferentes estrategias, tratan de mejorarla,. La condición docente es también insatisfactoria para la gestión administrativa y financiera de los sistemas educativos, que ve ineficiencia en las carreras magisteriales (en un grado menor en Chile, debido a que su actual configuración legal se dio ya en un marco de descentralización administrativa ). Particularmente, se critica y se desea intervenir sobre mecanismos de carrera basados en la antigüedad o en la asunción de responsabilidades administrativas o técnicas que alejan a los mejores docentes del aula. La condición docente disgusta a los docentes mismos y sus organizaciones representativas, que se sienten afectados por el deterioro salarial y por el carácter amenazante de la flexibilización de sus normas regulatorias (de nuevo, en el proceso chileno hay un importante matiz diferencial: objetivamente hay una elevación sustantiva de las remuneraciones comunes y se han reestructurado con acuerdo del sindicalismo docente, salvo en las nuevas remuneraciones orientadas a incentivar el desempeño, en que hay acuerdos y también divergencias). El sindicalismo docente, de gravitante y larga presencia en el escenario educacional y social de los tres países, está experimentando cambios. En Argentina y en Chile, se hace cargo del deterioro salarial objetivo o percibido por los docentes, y de los efectos potenciales o reales de la desrregulación o flexibilidad laboral que introduce la descentralización. En los dos países rioplatenses, el sindicalismo ha dejado atrás su articulación con el Estado y desarrolla estrategias confrontacionales. Al mismo tiempo, al menos en Argentina y en mayor grado en Chile, los 58 gremios docentes intentan adaptarse al nuevo contexto caracterizado por la autonomía, la cooperación y la diferenciación. Las políticas hacia los docentes, en general, adolecen de parcialidad, insuficiencia y falta de continuidad. Abordan por separado la formación, las carreras y normas reguladoras del quehacer de la enseñanza y la dimensión salarial. Apuntan a distintos objetivos específicos en cada país. No alcanzan a perseverar lo suficiente en los programas antes de consolidarlos. No disponen de los suficientes recursos para asegurar coberturas y eficacia. En estos rasgos, la excepción la constituye Chile, con su política de “fortalecimiento de la profesión docente”. En todo caso, en los tres países, con matices diferentes, la desatención a la subjetividad de los docentes, el problema de la participación y la relación conflictiva con las organizaciones representativas, restan también eficacia a las políticas y sobre todo les escatiman legitimidad y capacidad convocatoria ante los docentes. 59 BIBLIOGRAFÍA Aguerrondo, I. (1998), Las propuestas de transformación de la formación docente en la Argentina, Revista Latinoamericana de Innovaciones Educativas, Año X, N° 28, Junio Avalos, B. (2001), La formación de profesores y su desarrollo profesional. Prácticas innovadoras en busca de políticas. El caso de Chile, Proyecto Alcances y Resultados de las Reformas Educativas en Argentina Chile y Uruguay, Ministerios de Educación de Argentina, Chile y Uruguay, Grupo Asesor de la Universidad de Stanford, Santiago de Chile Errandonea, F. 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